Muchas personas ya han señalado algo con lo que estamos totalmente de acuerdo: del autor nadie se preocupa realmente ("
¿Y quién defiende a los creadores?"
Desequilibros 2/11/2009). Por un lado están las empresas que,
como decíamos en otra ocasión, han parasitado gracias a los soportes la creación intelectual en exclusiva durante siglos y pretenden continuar haciéndolo y, por otro, están los usuarios que ahora quieren (y pueden) parasitar por su cuenta la labor intelectual. Todos, igual de piratas, detrás del
oro del Perú (que es la creación intelectual) explotado por ese pobre
buen salvaje (que es el artista). Donde pone oro del Perú podéis poner
atunes y donde pone buen salvaje podéis poner
pescadores sin contrato, el símil pirata continúa. Tenemos también corsarios, ese eufemismo que nace para referirse a los piratas amparados por la ley, (
armadores, en el argot pirata actual) que en este caso son las Sociedades Generales de Autores y toda esa caterva de mercaderes intermediarios. Y para rizar más el rizo, tenemos a
La Malinche: ese uno por ciento de los explotados que se acuesta con los explotadores (de Malinches en Somalia no tengo noticias, pero sería cuestión de investigar). En el terreno de la industria cultural podéis sustituir Malinche por Ramoncín, que es el caso más flagrante de colaboracionismo por conveniencia sin un ápice de aportación intelectual (más allá del
Litros de alcohol corren por mis venas aquel). Entre estas Malinches hay una pequeña pléyade de Almodóvares que firman manifiestos por los derechos de autor con el símbolo del dolar en los ojos pero con un trabajo mínimamente avalado por circuitos distintos al de la industria.
Todos saquean pero nadie piensa realmente en fórmulas que beneficien directamente a los autores. Y con autores me refiero a ese noventa y nueve por ciento de creadores culturales que no pueden ni soñar vivir de ello. Por supuesto que en ese noventa y nueve por ciento hay mucho amateurismo, incluso mucha basura, pero también hay mucho "premio a la mejor novela del año", como explica
este artículo de El Cultural, al que le es imposible tirar adelante con ese diez por cien que le arroja al suelo su editor. Por no hablar de actores de teatro, dibujantes, pintores y divulgadores y creadores en Internet. Este mismo blog surge precisamente para hacerse eco de un tipo de actividad literaria, la electrónica, que, habida cuenta de la escasa repercusión que han tenido las iniciativas del tipo
Eastgate para su comercialización, todavía carece si quiera de una industria cultural con la que enriquecerse (cuando no se sustenta precisamente en la libre circulación de la creatividad como hemos visto en las obras abiertas, mash-ups o de creación colectiva).
En este punto, y sumergidos como estamos en el debate en torno a la ley "antidescargas" y el manifiesto de internautas, me encuentro con un curioso vídeo-protesta firmado por La Coalición de creadores e Industrias de Contenidos, un macro-loby de presión que aglutina EGEDA, Promusicae, SGAE, FAP, ADIVAN y ADICAN, dirigido por
Aldo Olcelse Santonja (Consejero y Director General del Grupo Leche Pascual, de 1990 a 1993, Consejero de Telepizza, S.A. de 2000 a 2006 y Patrono de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), de 1992 a 2003...) al parecer, un ilustrado filántropo que siempre ha supeditado el valor del dinero al de los bienes inmateriales y culturales.
En su vídeo omiten el salto 2.0 y hablan de Internet como una ventana para la publicidad y para que los comerciantes expongan su catálogo de artículos al gran público. Asimilan la Industria cultural a la cultura y de la reducción de capital obtenido a través de los métodos tradicionales de explotación cultural deducen que Internet ha supuesto la decadencia de la cultura.
Pero lo que más me llama la atención del vídeo es que en su crítica a lo que ellos llaman negocios parasitarios describen a la perfección un modelo rentable y perfectamente válido si se planteara desde la legalidad (no descubro nada, Spotify ya lo está haciendo). Nos hablan de sumas astronómicas de dinero que se consiguen con las descargas a través de publicidad y de registros, sin darse cuenta de que los publicistas pagarían más por anunciarse en sitios de contrastada legitimidad y que los usuarios no tendríamos tanto reparo en registrarnos en servicios que garantizaran una justa compensación a los autores de las obras que descargamos. Yo nunca me he registrado en Megaupload no porque crea en la gratuidad absoluta de la cultura y prefiera esperar los cuarenta y cinco segundos y las limitaciones de velocidad de descarga a pagar un solo euro por un bien cultural, sino porque no me parece justo pagar al gestor de una web en lugar de al artista que voy a disfrutar. Como yo piensa mucha gente y somos un nicho inmenso de pagadores que se sumaría a las estratosféricas cifras que según el vídeo amasan los negocios parásitos.
Y todavía nadie ha mencionado a otros claros beneficiarios de la actividad intelectual que ni siquiera se han planteado pagar un canon a los autores. Me refiero a Google o las distintas compañías de conexión a Internet como ONO o Telefónica. Paradojas de la vida: nosotros que hacemos uso intelectual y desinteresado de la cultura sí pagamos canon por los cedés vírgenes mientras que estos, que le sacan partido económico, se sirven de ella gratuitamente.
Entrada publicada por Lluís Vila

Más leña al fuego de las descargas