La narrativa hipertextual, aquella cuyo argumento es una red de nodos vinculados de manera rizomática a través de la que navegamos no sin un cierto esfuerzo ergódico, parece que se aviene mal con las leyes del mercado, o que no termina de encontrar su lugar en el seno del circuito literario.
Esta afirmación, bastante extendida en el ámbito académico literario, incluso en los estudios enfocados a la literatura electrónica, puede verse avalada por argumentos que hablan de la difícil comercialización del texto digital, de la inmensa barrera que encuentra el receptor para superar las seculares convenciones de rutina lectora, o el insatisfactorio desarrollo en dispositivos de almacenaje y reproducción que superen la tecnología del libro. Éstas y otras razones, han provocado la impresión de que el escritor digital es, a día de hoy, una especie de intelectual vanguardista cuya obra se aviene mejor con la disertación erudita del academicismo literario, que con el uso y disfrute de su producto por el común de los mortales. Y en parte es así. Pero al mismo tiempo, todas estas consideraciones desoyen la existencia de esos desconcertantemente rentables lectores digitales que se llaman vídeo consolas y el fabuloso éxito comercial y el unánime reconocimiento artístico de autores como Shigeru Miyamoto.
No descubro nada. Ya existen iniciativas académicas como la de los Games Studies y la aportación de autores como Espen Aarseth o Noah Wardrip Fruin, quienes desarrollan una interesante labor investigadora que relaciona la naturaleza del videojuego con la de otro tipo de narrativas, desvelando interesantes matices de especificidad y contribuyendo a la gestación de esta nueva corriente crítica que es la “ludología”. Incluso hay un sector de la crítica que insiste en marcar una línea divisoria entre videojuego y literatura electrónica, pero precisamente es ahí donde este artículo quiere asentar su disconformidad al atreverme a incluir a un artista como Shigeru Miyamoto en la nómina de autores de literatura electrónica.
Entrada publicada por Lluís Vila
En efecto. Las afirmaciones mencionadas parten más de la ignorancia de los que pretenden saber que de la realidad.
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