En el mundo de la literatura electrónica, Raymond Quenau es un precursor, una figura fundacional. En 1960 creó OuLIPo, movimiento dedicado a la composición de poesía automática. Esta composición puede estar regida por restricciones (si el autor elige una determinada limitación a la que la escritura debe ceñirse) o por reglas (en la que un proceso algorítmico, al azar, controla el texto resultante). Cent mille milliards de poèmes pertenece al primer grupo.
Parafraseando al propio Quenau en su prefacio Mode d’emploi, esta obra permite a cualquiera crear a voluntad cien billones de sonetos, todos correctos. Es una suerte de máquina de fabricar poemas, aunque en número limitado; es verdad que este número, aunque limitado, llevaría a estar leyendo doscientos millones de años, 24 horas al día. Cada verso ha sido colocado sobre una cinta, es fácil ver que el lector puede componer 10 elevado a 14 sonetos diferentes, o sea, cien billones. Para ser más explícito ante los escépticos: a cada primer verso se le puede hacer corresponder diez segundos diferentes: hay pues cien combinaciones diferentes de los dos primeros versos; tomando el tercero habrá mil y, por los diez sonetos completos, de catorce versos, se llegará a la cifra mencionada. Contando 45 segundos para leer un soneto y 15 para cambiar las cintas, leyendo toda la jornada, 365 días al año, tardaríamos 190. 258. 751 años. En esta web de Magnus Bodin, pulsando en New Poem podemos obtener cada una de las versiones de esa aterradora cifra.
En Cents mille..., a diferencia de las obras puramente generadas por algoritmos, las palabras de cada verso son elegidas, contadas y ritmadas por un buen poeta humano, que introduce en la turbina trozos de calidad y siempre salen moldes de coherente sintaxis y alguno, por casualidad, dicen que hasta hermoso. Aún así, siempre podemos pensar en la energía desperdiciada que Quenau podría haber aprovechado para acercarse a los sonetos de Shakespeare, Garcilaso o Quevedo. Sobra máquina, falta espíritu.
Entrada publicada por Juan José Díez
Lo malo del espíritu, es que siempre escasea. Por eso, clásicos, lo que se dice clásicos, hay muy pocos.
ResponderEliminarPedro, Virgilio tardó diez años en escribir La Eneida.
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Saludos
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Antonio Machado en su "Cancionero apócrifo" inventó a Jorge Meneses, invertor, a su vez, de una "máquina de trovar": "(...) Mi modesto aparato -dice Meneses en conversación con Juan de Mairena- no pretender sustituir ni suplantar al poeta (aunque puede con ventaja suplir al maestro de retórica), sino registrar de una manera objetiva el estado emotivo, sentimental, de un grupo humano, más o menos nutrido, como un termómetro registra la temperatura y un barómetro la presión atmosférica." Jorge Meses escribía unas "Coplas mecánicas".
ResponderEliminarImagino que estaría en el ambiente del futurismo y de las primeras vanguardias esta preocupación. Es lástima que Machado no llegase a conocer a los de OuLiPo, le hubieran sorprendido. En "Los complementarios" analiza muchos sonetos, aunque dice que no le gusta demasiado la rigidez de su forma, alguno de Góngora, aunque siempre le coloca como el mal ejemplo que no hay que seguir. Para Machado, su favorito es Lope de Vega... por lo llano.