miércoles, 29 de septiembre de 2010

"Hearbeat", de Dora García


     Con esta entrada reanudamos la reseña de las obras electrónicas incluidas en el Portal de Literatura Electrónica Hispánica de Cervantes Virtual.
     Dora García (Valladolid, 1965) es una artista cuyo trabajo principal se ha desarrollado en los terrenos del arte conceptual y de las performances (ese tipo de arte-acción en tiempo real que convoca a una experiencia estética común tanto al artista como a los participantes). Además de las creaciones  de vanguardia artística contemporánea, Dora García ha explorado las posibilidades de internet, bien integrando la red en sus performances, o realizando una narrativa hipertextual como la que comentamos hoy.
   Heartbeat data de 1999, es pues una de las primeras muestras de ciberliteratura en español. Desde un punto de vista de narrador omnisciente , nos cuenta la experiencia de los heartbeaters (latidores), jóvenes obsesionados con escuchar constantemente el ritmo de sus corazones y para los que ese ejercicio de introspección constituye el centro de unas vidas que buscan en el ruido de su propio motor el secreto de sus identidades. Estos jóvenes, según la autora, "sufren una percepción alterada de lo real, el mundo exterior reducido a un puro eco de sus propios espacios interiores. Esta percusión íntima influye en pensamientos y conductas, y es adictiva".
   Está realizada como texto html. Utiliza colores distintos en los enlaces para indicar que dan acceso a distintos tipos de contenidos: el rojo para la intimidad; el verde para la la identidad; el amarillo para la locura y el azul para las adicciones. La pantalla inicial muestra tres enlaces de distinto color. Si el lector elige el primero es conducido a otros breves textos también con enlaces. Si elegimos de entre éstos últimos el primero que aparece, nos encontramos con otros bloques de texto con el fondo del color correspondiente. Volvemos a la pantalla inicial, y si seguimos el segundo enlace vamos recorriendo unos pocos textos nuevos, los otros son los mismos enlaces del primer recorrido pero en otro orden. Todas las trayectorias terminan en el enlace "muerte". Se impone como vemos una lectura no lineal. Domina el hipertexto con unas pocas excepciones multimedia en forma de imágenes.
    La autora creó una página web (ya desaparecida) que pretendía recoger las experiencias de este grupo taquicárdico.
    Para ampliar información podemos consultar las reseñas de José Luis Orihuela en su blog eCuaderno, la de Carlos Labbé en Letras en Línea, la de Félix Remírez en Biblumliteraria, así como esta entrevista de Damián Peralta a la autora en la que nos sitúa su obra en el panorama actual del arte contemporáneo.

Entrada publicada por Juan José Díez






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lunes, 27 de septiembre de 2010

"Muti", novela negra multimedia en Le Monde


    Muti de Caryl Ferey es la adaptación o continuación de su novela policiaca Zulú, una historia actual que se desarrolla poco antes del mundial de fútbol en Sudáfrica cuando es asesinada la esposa de Bafanas Bafanas. El policía Saúl Dukobe debe esclarecer el caso a contrarreloj. La versión on-line gratuita en 15 capítulos fue publicada por el diario Le Monde.
   Es un trabajo de gran calidad técnica, con numerosos elementos multimedia y digitales: sonido, fotografías, animaciones, menús desplegables, conexión a redes sociales, etc. Incluso conexión a los periódicos de Ciudad del Cabo, mapas, biografías del propio autor y toda clase de link por hallar. En cada escena muchos elementos contienen enlaces que el lector ha de descubrir. Multitud de niveles gráficos – siempre excelentes- que se superponen a medida que el usuario se mueve por la historia. La historia, a pesar de la multiplicidad de enlaces, puede considerarse lineal ya que está estructurada en capítulos y, por tanto, ya existe un orden muy claro que guía al lector. Además, dentro de cada uno de ellos, los párrafos también están ordenados aunque el lector pueda saltarse la linealidad si así lo desea.
     El texto es breve, con un estilo directo y seco. Suficiente para mostrar en toda su crudeza la violencia, la corrupción de las grandes empresas y la política, los intereses ocultos. Pero no para permitir el deleite que una novela deber permitir. Aunque el texto es fundamental, se ha abreviado en pos de un mayor énfasis en lo visual y en lo interactivo y eso hace que quede inconcluso, necesitado de un mayor desarrollo que sin duda podría darse en una novela convencional. De hecho se anuncia una versión en papel para final del 2010.
Con todo, una excelente obra que no hay que perderse.

Entrada publicada por Félix Remírez en Biblumliteraria


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viernes, 24 de septiembre de 2010

Ebooks de última generación o enriquecidos

            
        

     Los ebooks de última generación son tan nuevos que nadie coincide en cómo llamarlos: parece que en inglés predomina el término "enhanced" (enriquecidos o quizá ¿"enjaezados"?), pero también "amplified", "augmented", "adorned"... En español podríamos usar muchos más apelativos: libros engalanados, aderezados, ataviados, aparejados, incluso engordados. Pero es inútil intentarlo, elegiremos "enriquecidos" y seguiremos a lo que nos interesa.
    ¿Qué vienen a enriquecer? Pues a los ebooks de primera generación, los pobres libros digitalizados (nacidos en papel y adaptados para leer en los ereaders) que tienen el texto en blanco y negro y aparecen en pantallas de tinta electrónica. Los que podemos comprar en Amazon o en Todoebook o en Luarna. Esos libros no contienen más de lo que su original en papel: incluso menos, pues si hay dibujos o mapas o diagramas o fotos, no pueden presentarlas en color.
    Amazon no movió un dedo. Pero Penguin Books hizo un tímido intento en 2008 llamando por primera vez "enhanced" a su versión de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Añadió material textual que incluía filmografía, notas, opiniones de expertos, una cronología de la autora, recetas de cocina de la época, un mapa de los lugares de la novela, reglas de etiqueta, muestras de vestuario... Todo en blanco y negro y sin una imagen que llevarse al ojo. Podemos decir que fue un libro "engordado", pues sólo se le añadió más texto o información gráfica igual a la que puede mostrarse en un libro de papel.
     Apple cambió todo esto cuando lanzó el iPhone. Varias editoriales nativas digitales vieron el filón y comenzaron a crear aplicaciones para el móvil, que al fin podían animar de color y movimiento a los pobres ebooks.
    La compañía Enhanced Editions comenzó diseñando ebooks para el iPhone con los extras que permite el teléfono y centrándose sobre todo en los videos. Por ejemplo, la novela de Nick Cave The Death of Bunny Munro, disponible en la App Store desde septiembre de 2009, fue desarrollada como una enhanced ebook app en la que el texto se amplifica con una banda sonora original, el audiolibro sincronizado con el texto y videos de Cave leyendo extractos de la novela. Ahora se ha reorientado al iPad, aprovechando la continuidad de los dispositivos.
     La misma editorial publicó la última novela de Stephen King Under de Dome también confeccionada a medida para el iPhone incluyendo extractos de obras anteriores así como trozos del audiolibro.
     La compañía Vook (asociada con la editorial tradicional Simon&Schuster), se apuntó al formato multimedia para el iPhone en 2009 publicitando el lanzamiento de una nueva especie digital, el videolibro, al que denominaron "vook". Empezaron con la obra de Jude Deveraux, Promises, una novela romántica que contiene 131 páginas de texto convencional y 17 vídeos de unos dos minutos de duración. Si no ves los vídeos, te pierdes una parte importante porque la trama avanza en parte gracias a ellos.Y la cosa no queda ahí, ya que Vook incorpora funciones sociales que interactúan con canales como Twitter o Facebook. Estos vooks podían leerse en la web además de en el iPhone o el iPod.
    En abril de 2010, con la aparición del iPad, la carrera por el enriquecimiento se acelera de manera espectacular. La empresa Atomic Antelope produjo con mucho éxito el pasado  abril Alice in Wonderland. Esta aplicación para iPad utiliza el acelerómetro del dispositivo para animar ilustraciones estáticas consiguiendo que la gravedad haga su aparición en las 52 páginas y 20 escenas animadas seleccionadas del libro original de Lewis Carroll. El libro responde físicamente a los movimientos del lector: si se inclina el tablet hacia un lado, Alicia se encoge, si al otro, crece. Además, por ejemplo, se pueden repartir cartas en el episodio de la Reina de Corazones o disfrutar de divertidos efectos adicionales.
     Vook sigue la ola y retoma la iniciativa enriqueciendo ahora los libros también para el iPad; por ejemplo, este Vook Classic, La llamada de la selva, de Jack London, en el que se puede oír el aullido de los lobos o ver los desolados paisajes nevados en una serie de videos. Creo que es el primer ebook al que a alguien se le ocurre enriquecer precisamente con aquello que es lo más distintivo de internet: ¡tiene hiperenlaces dentro del texto!
     Vook no se limita a los clásicos y a los infantiles, también la literatura actual está presente, por ejemplo, en la versión iPad del la obra Embassy, del autor Richard Doetsch, publicada exclusivamente como videolibro.
     Penguin Group, que pareció quedarse rezagada después del pobre intento con Jane Austen, publicó a últimos de este mes de julio una versión “amplified” del bestseller de Ken Follett Los pilares de la tierra, que lleva incluidos video clips de la serie de televisión correspondiente, entrevista con el autor, material de la investigación que se utilizó para escribir la obra, un árbol de personajes que nos orienta en el abigarrado reparto, etc. Podemos ver la reseña en LitElec. Penguin sigue ahora un ritmo imparable y se dispone a nuevos lanzamientos enriquecedores, en los dos sentidos del término.
     Por último, este 30 de Julio Simon & Schuster lanzó Nixonland de Rick Perlstein, un libro enriquecido para el iPad que lleva 27 videos incrustados en el texto.
    O sea, un nuevo protagonista aparece en escena. Apple, al resucitar de manera brillante el concepto tablet con el iPad, parece haber establecido la hegemonía del formato. Con tres millones de unidades vendidas en la primera oleada, el sector editorial se ha convencido (todavía no en España) de que esta vez va en serio. Media docena de fabricantes estrenan tabletas o lo harán por Navidad. IDC asegura que se venderán más de 7,6 millones este año y 46 millones en 2014.
     El iPad de Apple, pues, se ha convertido en un competidor feroz de los e-readers al incorporar color, imágenes, sonido, videos y navegabilidad: todos los "enriquecimientos" que proporciona internet. De repente los más avisados (que no son muchos, como hemos visto) se han orientado hacia ese nuevo sol, tras el que probablemente aparecerán otras estrellas aún más rutilantes para leer libros. Pero puede que Apple haya definido el aparato en el que la gente va a leer, lo mismo que definió el teléfono con el que iban a vivir.
    Si observamos esta evolución, el enriquecimiento se basa sobre todo en los videos, o sea en el cinematógrafo, y así se yuxtaponen dos medios a mi entender inmezclables, como el agua y el aceite. Sin embargo, en las aplicaciones para libros infantiles, como Alice, las animaciones aparecen mucho más integradas y se compenetran mejor con la prosa y la imaginería para niños.
    En todo caso, lo decisivo, creo yo, es que los dispositivos tipo iPad se están convirtiendo en la "lámina universal", viva y portátil, sobre la que se puede hacer todo, incluso leer, y que tanto editores como autores deben orientar sus obras para que puedan venderse o leerse en esos dispositivos.
     A estos libros podemos aplicarle la frase de Mark Twain: "¿Cual es el principal objetivo del hombre?: hacerse rico. ¿Cómo?: deshonestamente si podemos, honestamente si no tenemos más remedio."
Entrada publicada por Juan José Díez
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miércoles, 22 de septiembre de 2010

El postrero deseo de Eugenia Vilasans

         El postrero deseo de Eugenia Vilasans de Félix Remírez es un relato digital que narra la historia de una adulterio a principios del siglo XX pero obliga a que sea el lector el que recomponga la historia ya que esta se le presenta fragmentada y desordenada. Las cartas, postales, recortes de periódicos que contienen los sucesos importantes de la relación entre los amantes se le presentan al lector desperdigados sobre un escritorio, como si de verdad hubiera encontrado ese material sobre una mesa cualquiera y debe, con paciencia, ordenarlos, crear el hilo narrativo que, finalmente, hace coherente toda la narración. La atmósfera pretende reflejar la época en la que se desarrollan los acontecimientos. Está programado en Flash.
    Agradezco la reseña tan generosa en Fronterad.

Entrada publicada por Félix Remírez en Biblumliteraria

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lunes, 20 de septiembre de 2010

The Pedlar, cuento animado en 3D

   
    La editorial Moving Tales, especializada en producir libros animados, ha publicado en el pasado mes de agosto The Pedlar Lady of Gushing Cross, un cuento tradicional escrito por Jacqueline Rogers presentado ahora como una aplicación para iPad con animaciones 3D, música, voz y efectos sonoros. En cada página, mientras un locutor narra el cuento, aparecen dibujos y animaciones en tres dimensiones acompañando al texto.
     Inspirado en un viejo cuento en el que un hombre se hace rico a través de un sueño, The Pedlar describe la peripecia de una pobre buhonera que descubre un sorprendente y maravilloso tesoro.
   Cuesta 5 dólares en la Appstore y también está disponible en español. No tiene conexión con redes sociales ni enlaces externos a la Web, algo que el iPad no permite por ahora hacer a sus aplicaciones. Podemos tener una idea más clara de sus características en este video. 
Entrada publicada por Juan José Díez

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sábado, 18 de septiembre de 2010

Seminario de literatura digital en Bergen


     Los próximos días 20 y 21 de este mes se celebrará en la Universidad de Bergen el encuentro ELMCIP, acrónimo de Electronic Literature as a Model of Creativity and Innovation in Practice. En concreto tendrá lugar en el Landmark Café en el Kuntshall de la Universidad. Un seminario que pretende mostrar los avances en literatura electrónica y analizar cómo esta ha evolucionado en las últimas décadas. El primer día se dedicará a analizar las tradiciones de varios países en materia de literatura digital con ejemplos de Francia, Holanda, los EUUU, Reino Unido y países escandinavos. Se presentará un documental interactivo titulado Get Lamp de Jason Scott. El segundo día a una mesa de trabajo en donde se discutirán proyectos de la ELMCIP que incluyen una base de datos bibliográfica, una antología de literatura digital y otros varios trabajos. Asimismo habrá sesiones en directo de demostración de obras digitales. 
     Entre los ponentes figuran Serge Bouchardon que presentará Electronic Literature in France, la doctora de la Universidad de Barcelona, Laura Borrás, con la ponencia And the rest is literature. Catalonian e-lit communities o Raine Koskimaa con E-Lit Publishing in Europe. Sample Cases from Italy and Finland. El programa completo puede verse aquí.
Entrada publicada por Félix Remírez en Biblumliteraria

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viernes, 17 de septiembre de 2010

El desierto de los mongoles


    Si bien el concepto es un poco heideggeriano y sobre él han insistido mucho teóricos como, por ejemplo, Gianni Vattimo, es casi imposible negar, desde la experiencia sensible, que una de las funciones de la narrativa es la creación de mundo. O mejor aun, de mundos.
    Un lector asiduo que realiza la mayor parte de sus lecturas en el transporte público me comentó una vez que prefería las novelas largas. Comenzaba a leerlas en casa, apoltronado en un sillón, pero se detenía cuando empezaba a conocer los personajes para luego retomar la lectura en sus largos viajes al trabajo y de vuelta a casa. "Es lo mejor que me puede pasar. En un vagón de tren donde vamos hacinados entre desconocidos, abro la novela y me encuentro con gente cuyos destinos me inquietan y preocupan. Es reencontrarse con una familia en una habitación privada que ya hemos frecuentado."
     Es la primera instancia de creación de mundo. La segunda, y tal vez la más importante en términos culturales, se produce cuando un conjunto de lectores coincide en el valor que le otorga a la obra, cuando la experiencia de intimidad que ha producido el contacto con ella resulta compartida por desconocidos que, así, dejan de serlo tanto. Heidegger llamaba a esto "mundo"; hoy se lo llama "comunidad".
     Nuevas tecnologías aportan nuevas maneras de crear mundo. Pasó en el Renacimiento, cuando los florentinos descubrieron la perspectiva científica y pintaron retablos que equivalían al 3-D del siglo XV. Pasó con el nickelodeon y su vástago deslumbrante, el cine. La consolidación de Internet y sus diálogos, su oferta inconmensurable de contenidos, nuestra capacidad de concentración cada vez más disminuida por sus múltiples convites, ha hecho que muchos se planteen, en momentos en que el ebook gana terreno en nuestro imaginario, cuál será la forma que la creación de mundo adquiera en sus dominios.
     Hay quienes se decantan por la ficción breve, brevísima, adaptada a nuestra alicaída atención. Y los hay que ven en los videojuegos un modelo para lo que se ha dado en llamar ficción "transmedia", algo que nos acompaña desde los años 80 como una corriente subterránea que no termina de imponerse. Quienes militan en estas filas siguen creyendo que la inmersión en mundos conjeturales ofrece una recompensa inigualable a nuestras capacidades cognitivas. Entre ellos se encuentran estudiosos como, por ejemplo, Mathew Kirschenbaum, de la universidad Maryland, que ve en Second Life o en Farm Ville a los precursores de estas nuevas maneras de narrar. Otros, como el poeta Guy LeCharles Gonzales, que sin renunciar a la palabra escrita, ven en la ficción de género participativa (una derivación del fanfiction) la promesa de un futuro. Y aquellos que, como Cory Doctorow, le dan la bienvenida a toda experimentación, sin hacerle ascos a sus orígenes.

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

"La Metamorfosis" de Kafka como novela gráfica

                          

      En 2004 apareció la adaptación como novela gráfica del clásico de Kafka, La Metamorfosis, realizada por el conocido dibujante de cómics americano Peter Kuper. En 2008, la editorial Astiberri la publicó en español. Hasta aquí nada nuevo: un intento más de hacer versiones en tebeo de novelas clásicas. Lo que nos ha llamado la atención es la animación en flash que acompañó el lanzamiento del libro. En ella se muestra el comienzo de la novela con una secuencia de dibujos del libro (con fuerte sabor expresionista) acompañada de una obsesiva banda sonora y con efectos de tipografía y movimiento que son imposibles en el original del tebeo en papel.
    Por lo menos a mí, esta animación me ha sumergido rápidamente en la atmósfera del infortunado viajante y dudo que leyendo el tebeo consiga hacerlo con la misma eficacia. Esto sugiere que la animación multimedia ha sido capaz de afectarme en forma más profunda que las viñetas y puede que esta sensación sea generalizable. Lo que me lleva a pensar que si una obra literaria que produce una impresión arrebatadora sólo con humildes palabras, se enriquece electrónicamente, puede conservar el efecto original o incluso aumentarlo si se hace con talento artístico. Y en este caso el relato de Kafka se adapta bastante bien para ser amplificado con multimedia: es corto y tiene en su texto unas imágenes poderosas y provocadoras para un artista del dibujo o de la animación. En resumen, creo que se ha perdido una oportunidad para realizar toda la obra en el mismo estilo en que está la animación.
Entrada publicada por Juan José Díez

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lunes, 13 de septiembre de 2010

"Conspiracy for Good", una narración transmedia


    Conspiracy for Good es una historia contada a través de varias plataformas de medios, lo que ha dado en llamarse “narración transmedia.” Aparecida a mediados de Julio de este año, es una mezcla de narración y Juego de Realidad Alternativa (ARG) diseñada por Tim Kring, (autor de conocidas series de TV como "Heroes"). Combina el "guión abierto" de Kring y la plataforma Ovi de Nokia para crear una experiencia dramática ficticia usando teatro interactivo, móviles, música y participación física con el objetivo de "hacer el bien en el mundo real”. En Nokia se han diseñado aplicaciones que liberan códigos de acceso a páginas web secretas y también una aplicación de Realidad Aumentada (Nokia Point & Find) para ser ejecutada en Londres y descubrir así algunas pistas de la trama. La narración no se desarrolla en el soporte libro, sino en sitios web, teléfonos móviles y encuentros en vivo en Londres (y en el futuro, en África donde CFG piensa proporcionar ayuda humanitaria principalmente en forma de libros).
     Se inicia con la historia de Nadirah, una maestra de primaria de Chataika (Zambia) que desaparece supuestamente en manos de una misteriosa y poderosa organización (Blackwell Briggs) cuando investigaba sobre los planes de destruir la escuela local en favor de la construcción de una tubería de combustible. El reto es encontrar a Nadirah y luchar contra la poderosa empresa. Un grupo de resistencia denominado “Conspiracy for Good” (CFG) ha publicado pruebas de las verdaderas actividades de la compañía y pide ayuda para derribarla.
     La presencia de Nokia nos sugiere que se trata de combinar narrativa, filantropía ¡y comercio! Los organizadores llaman a esto “narrativa de beneficiencia social”.
     Se puede ver el trailer aquí. Los eventos ocurridos hasta ahora pueden seguirse en el blog. La comunidad de participantes tiene una cuenta en Twitter: @conspiracy4good

Entrada publicada por Juan José Díez

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jueves, 9 de septiembre de 2010

Revolución (francesa) en Twitter y aplicaciones

              
    En Julio de 2009, Matt Stewart publicó originalmente en Twitter su novela The French Revolution. Necesitó 3700 tuits para verterla en 140 caracteres. Este atrevimiento atrajo la atención de medios importantes como The New York Times, Yahoo News, The Huffington Post, TechCrunch...que tuvieron como resultado que la editorial Softskull Press, coincidiendo con el día de La Bastilla, la haya publicado en papel el pasado mes de Julio.
    En esas fechas también ha aparecido una versión para el iPhone  mediante una aplicación libre que dispone de Realidad Aumentada con la que el lector puede fotografiar con su móvil cualquier página de la novela impresa y emprender un tour virtual por lugares que aparecen en la trama, así como acceder a música, videos, entrevistas y otro material suplementario. El autor ha explicado en YouTube como funciona la aplicación.
    El libro no está en francés, ni es una novela histórica sobre la época, sino una saga familiar en clave cómica escenificada en el San Francisco actual. Esmeralda y Jasper tuvieron gemelos el 14 de Julio, el día de la Bastilla, y les pusieron de nombre Robespierre y Marat. Los dos niños crecen rebeldes y de mayores logran el éxito en la política y los negocios, pero ciertas lacras del pasado inician una serie de acontecimientos que, predestinadamente, tienen paralelo con los de la Revolución Francesa.
    El autor mandó su manuscrito a muchas editoriales y a ninguna le interesó. En último extremo recurrió a Twitter y allí encontró multitud de seguidores que fueron leyéndola y difundiéndola. La apuesta le salió bien: el impacto en los medios le proporcionó la llave hacia la edición en papel, su objetivo soñado. Pero algo debe tener el agua cuando la bendicen: no era la primera novela que se trasvasaba a Twitter ni será la última. Es de suponer que la historia ha resultado interesante y divertida a mucha gente y que está bien escrita.

Entrada publicada por Juan José Díez

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martes, 7 de septiembre de 2010

Ciberliteratura en Alicante


    La Sociedad Española de Literatura General y Comparada (SELGYC) organiza su XVIII Simposio en la Universidad de Alicante los días 9, 10 y 11 de septiembre de 2010. La intervenciones, según aparecen en el programa, se articularán en torno a tres temas principales: Ciberliteratura y comparatismo, Literaturas ibéricas medievales comparadas y Literatura y espectáculo.
       A continuación relacionamos las ponencias y comunicaciones sobre Literatura Electrónica o Ciberliteratura:
Laura BORRÀS CASTANYER (Universidad de Barcelona), La literatura digital sota l’estigma de la comparació.
Heidrun KRIEGER OLINTO (Pontificia Universidade Católica de Rio de Janeiro, Brasil), Literatura digital: una nueva relación entre teoría y práctica experimental.
Jaime Alejandro RODRÍGUEZ RUIZ (Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia), ¿Es la ciberliteratura un arte de la cibercultura? Deseos, derrames y cacofonías como parámetros para un ejercicio comparatista fundamental.
Amelia SANZ CABRERIZO (Universidad Complutense de Madrid), Literaturas e-comparadas: hacia un mapa de utilidades electrónicas para un comparatismo de hoy.
Francisco VICENTE GÓMEZ (Universidad de Murcia), Comparatismo e hipertexto. Retos desde la semiótica de la cultura.
Susana ARROYO REDONDO (Universidad de Alcalá de Henares), Soporte y contenido: cambios recientes en los procesos de escritura, lectura y distribución de la literatura digital.
Antonio José BONOME GARCÍA (Universidad de la Coruña), Los primeros pasos de una literatura ergódica: William S. Burroughs y sus máquinas de producción textual.
Yolanda DE GREGORIO ROBLEDO, Aproximación a Fitting the Pattern de Christine Wilks.
Oreto DOMèNECH, Sandra HURTADO & Berta RUBIO FAUS: I’m simply saying, de Deena Larsen. A la recerca d’una traducció de poesia digital.
Purificació GARCIA MASCARELL (Universitat de València), L’autor, el lector i el teòric front la literatura digital: els reptes de les textualitats electròniques.
Elsa Raquel ARMENTIA COUCE (Universidad de la Coruña), YHCHI: un modernismo digital.
Oreto DOMÈNECH, Deena Larsen: comparant dues obres de poesia digital.
Covadonga Gemma FOUCES GONZÁLEZ (Universidad Pablo de Olavide), Espacios ciberliterarios en la narrativa italiana actual. Un análisis interdiscursivo.
Belén RAMOS ORTEGA, Avatares literarios: Paz Soldán o las nuevas tecnologías en la narrativa actual.
Anna WENDORFF (Universidad de Lodz, Polonia), Ciber-género y géneros multiformes en la narrativa de Alejandro López.
Dolores ROMERO LÓPEZ (Universidad Complutense de Madrid), De lo analógico a lo hipermedia: Vías de entrada a la literatura digital.
María GOICOECHEA (Universidad Complutense de Madrid), Alicia a través de la pantalla: Estudio de la lectura literaria en pantalla.
Sandra HURTADO, El videolit. Una eina educativa al servei de la literatura comparada.
Begoña REGUEIRO SALGADO (Universidad Complutense de Madrid),
¿Qué es poesía?: Literariedad y poeticidad en la poesía digital.
José ROVIRA COLLADO (Universidad de Alicante), LIJ 2.0:
Características de la literatura infantil y juvenil en internet frente a la Ciberliteratura.
Berta RUBIO FAUS, Literatura digital: una altra literatura és possible.
María Victoria ALBORNOZ VÁSQUEZ (Saint Louis University, Madrid Campus), Gabriella infinita de Jaime Alejandro Rodríguez y Condiciones Extremas de Juan B. Gutiérrez: viaje del libro al hipertexto.
Francisco CHICO RICO (Universidad de Alicante), La narración literaria analógica y la narración literaria digital. Análisis contrastivo de Il castello dei destini incrociati, de Italo Calvino, y Gabriella infinita, de Jaime A. Rodríguez Ruiz.
Perla SASSÓN-HENRY (United States Naval Academy), Golpe de Gracia: Más allá de la trama.
Jordi BERMEJO, El videojuego. Más allá de la ciberliteratura: la obra hiperficcional.
Isabel MARCILLAS PIQUER (Universitat d’Alacant), Ciberteatre: una nova forma de literatura?
Sara MOLPECERES (Universidad de Murcia), Del texto a la ópera virtual: el Don Quijote mutante de ‘La fura dels baus’.
Saúl RIVAS GONZÁLEZ (Universidad de Santiago de Compostela), La ciudad mecánica en los juegos de rol. Una lectura marxista de Final Fantasy VII.
Mauricio SALLES VASCONCELOS, Blogspot – el libro y el Teatrofantasma.
Anna ESTEVE (Universitat d’Alacant), Apunts sobre els nous camins del dietarisme i els blogs digitals.
M. Àngels FRANCÉS DÍEZ (Universitat d’Alacant), Entre matèries: escriptores i ciberliteratura.
Carles LINDÍN SORIANO (Universidad de Barcelona), Entre la tradición y la innovación de los bits. Seguidismos y desplantes del ciberfeminismo en la literatura electrónica respecto de la tradición feminista literaria.
Ana LOZANO DE LA POLA (Universidad de Valencia), The Patchwork Girl, estrategias de escri-costura de un cuerpo-texto artificial.
Basilio PUJANTE CASCALES (Universidad de Murcia), Relaciones entre el blog personal y el diario íntimo.

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lunes, 6 de septiembre de 2010

Ken Follet se amplifica en el iPad

 
     Penguin USA ha lanzado la edición "amplificada" del bestseller de Ken Follet Los Pilares de la tierra, un ebook multimedia diseñado para ejecutarse en el iPad, iPhone y iPod, que ofrece video, audio y contenido gráfico. Está realizado en colaboración con la productora televisiva Starz Entertainment, que emitió una miniserie de 8 horas basada en el libro a partir del pasado 23 de Julio, tres días después de la aparición del ebook.
     Esta edición amplificada ofrece a los lectores la versión digital de la prosa de la novela a la que se añaden videoclips provenientes de la serie de TV, así como el diario de escritura de Follet y un documental sobre la producción de la obra televisiva. Cuenta con un árbol interactivo que ayuda al lector a identificar y seguir a los muchos personajes que aparecen en la trama. La aplicación contiene además bocetos y diseños del vestuario, fotos tomadas durante la producción de la película y voz de narradores de la serie. Hay incluso un anuncio de la próxima novela de Follet, La caída de los gigantes, que saldrá en otoño. La edición amplificada se vende a través de la App Store por 13 dólares.
    Un ejemplo de cross-media: el mismo libro puede disfrutarse en la plataforma papel, teléfono móvil, ordenador... con los añadidos de multimedia o interactividad con los que se lo quiera enriquecer. Pero termina siendo una obra en prosa tradicional nacida y pensada para el papel a la que se yuxtaponen contenidos de otros medios.    
    Visto el lanzamiento conjunto de la serie televisiva y del ebook pensamos en la lógica de los editores tradicionales que buscan exprimir el limón de un superventas,cuando ya todos creíamos que lo habían agotado con las baratas ediciones de bolsillo. Pero vicios privados, virtudes públicas. Puede que las grandes editoriales se arriesguen también a publicar obras en las que los elementos multimedia e interactivos, incluso hipertextuales, aparezcan integrados de manera discreta y elegante en la prosa y no sean simples complementos externos pensados para encarecer el producto (los Pilares cuesta en el iPad más que en bolsillo).
Entrada publicada por Juan José Díez

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sábado, 4 de septiembre de 2010

36. Las máscaras del tiempo


    Catalina llegó a la embajada sobre las doce. Wilson le ayudó a bajar del coche. Llevaba el vestido blanco con el que la conoció don Juan. Iba sin abrigo, sostenía bajo el brazo un pequeño bolso de malla. Abrió la puerta el mismo don Juan; le indicó que le siguiera hasta el despacho. De la oficina, salían las voces apagadas de Paco y de don Saturnino. Una vez dentro, Catalina se dirigió al sofá y se desplomó en él. Durante unos segundos, le miró interrogante.
− ¿Cómo estás? − comenzó él, cauteloso.
− Estoy dispuesta para lo que tú digas – contestó Catalina con voz débil −. Estoy dispuesta a seguirte a Bruselas o a donde vayas… Lo que me queda de vida lo quiero pasar contigo.
− Todavía no es seguro ese destino.
− Tengo el dinero para instalarme y esperarte…
    Don Juan mantuvo un silencio demasiado largo. Catalina vio el dique que le impedía contestar.
− ¿Qué va a ser de mí ahora? − preguntó, muy fijos los ojos en un lugar indeterminado entre la frente y la nariz de él.
− Sabíamos que alguna vez ocurriría. Hay que afrontarlo.
− Ya, ya, no puedo irme contigo, vas a volver con tu mujer y con tus hijos.
− Veo que lo comprendes.
− Claro.
− Te recordaré siempre. Has sido una compañera ideal, el calor de América...
    Se arrepintió al instante de esas palabras, pero como no observó reacción en    Catalina, continuó:
− Nos seguiremos escribiendo, colaboraremos literariamente, mantendremos viva nuestra amistad...
− Sí, sí,... − Catalina comenzó a sollozar. Se levantó del sofá para coger el pañuelo que don Juan le ofrecía.
− No llores, que me vas a contagiar.
− Sí, sí,... Yo sola, para siempre.
− Nos escribiremos, puede que nos veamos…
− Te vas, ya no te veré más.
    Con el pañuelo apretándose la nariz, se sentó sobre uno de los brazos del sofá y comenzó a balancearse como si fuera a tirarse al suelo desde allí. Sus ojos miraban ya directamente a los de don Juan, con una fijeza desamparada.
− ¿Por qué me haces esto?
− Nunca te he prometido nada. Tenemos una amistad profunda. Y los amigos a veces se separan. No tengo intención de romper mi familia. No me llevo bien con mi mujer, pero los dos hijos que me quedan son lo mejor de mi vida, no quiero decepcionarlos, ni hacerles sufrir.
− Me has dejado soñar... − dijo Catalina con un hilo de voz.
− Te he advertido de los excesos de tu amor por mí, de lo inapropiado que era. He intentado hacerte ver lo mucho que me exigías.
    Las lágrimas brotaron otra vez; caían de forma tan copiosa que, resbalando por los pómulos, llegaban hasta la barbilla y goteaban en el suelo. Don Juan no pudo contenerse. Se abrazó a ella.
− No puede ser, mi niña. No puede ser.
    Trató de consolarla acariciándole el cabello.
− No quiero vivir…
    Llamaron a la puerta del despacho. Don Juan se separó bruscamente de Catalina.
− Deja de llorar.
    Catalina se secó las lágrimas y fue hacia la esquina más protegida de la habitación. Desde fuera, Pestaña le dijo al embajador que la jueza Chivers quería verle para entregar un cheque a favor de las víctimas del terremoto de Andalucía. Don Juan llevó a Catalina hacia la puerta del despacho que comunicaba con el pasillo, le cogió las manos y se las besó de manera apresurada. Luego arregló su chalina, estiró la levita y trató de componer la expresión. Abrió la otra puerta; con gesto amable, hizo pasar a la vieja dama.
    Catalina salió de la habitación a la penumbra del pasillo. Al final de éste, en vez de torcer hacia la salida, siguió hasta la cocina. Llegó allí, no vio a nadie. Sobre la mesa, en un plato grande, había un trozo de carne fresca con perejil. Oyó el trajinar de Therèse dentro de la despensa. La voz de la cocinera le hizo recuperar la orientación. Volvió sobre sus pasos para encontrar la salida. La empujaba un viento interior, a ráfagas, que le hacía tambalearse, a veces chocar contra las paredes. Allí una mancha, más al fondo, la luz de la puerta principal. Oyó la voz alta de la jueza Chivers. Miró con fijeza el paragüero de la entrada. Se paró delante del espejo, no pudo ver nada enfrente. El viento la empujaba ahora en una sola dirección. Trató de recuperar la visión, pero no pudo; sólo atendía al ruido del viento, cada vez más fuerte. Temía que la estrellara contra el espejo. Quiso aflojarse el cuello del vestido, pero no acertó con el pequeño botón. Se miró otra vez al espejo: una vieja loca sentada en un banco de piedra le sonreía con una mueca. Bajó la mirada hacia el bolso, lo abrió. Sacó la pequeña pistola, la apuntó hacia su sien derecha, cerró los ojos y disparó.
    Se oyó un tremendo estampido en el vestíbulo. La jueza comenzó a gritar. Don Juan quedó paralizado, luego salió corriendo hacia la entrada. Se extendía un humo azul y olía a pólvora. Vio a Pestaña inclinado sobre Catalina, que en el suelo, boca abajo, tenía un charco de sangre alrededor de la cabeza. El revólver diminuto, a poca distancia de ella, todavía humeaba.
− Está muerta – confirmó don Saturnino, sin atreverse a mirar a don Juan
    La jueza Chivers había desaparecido. Paco y Pestaña, ayudados por Wilson, metieron el cuerpo de Catalina en el coche. Antes miraron si pasaba alguien por la calle, por lo general desierta a esas horas del mediodía. Apoyaron el cadáver contra uno de los laterales del interior. Paco se sentó al lado para sostenerlo y le tapó la cabeza con su chaqueta. Pestaña agarraba el bolso de Catalina, sentía el revólver todavía caliente a través de la malla. Al llegar a Highland Terrace, Wilson y Paco entraron el cuerpo en la casa; el cochero avisó a Sally para que llamara a su padre y al médico. Salió Florence, comenzó a gritar. Trató de subir a la primera planta con la intención de avisar a su madre. Sally la detuvo. “Espera a que venga tu padre”. Paco, viendo que se habían hecho cargo de la situación, se reunió con Pestaña que lo esperaba fuera.
    Don Juan, después de que se llevaran el cuerpo de Catalina, subió a su habitación, se sentó en la butaca y comenzó a mecerse con bruscos impulsos. Aún la veía delante de él, viva. Aún oía su voz: “… estoy dispuesta a seguirte…”. Se levantó de la mecedora. No debía continuar allí, una mala garra podía atraparlo. Respiraba con dificultad, alzaba las cejas, se echaba hacia atrás para coger aire. Era necesario actuar. Pero, ¿para qué? ¿Con respecto a quién? La única persona que le quería de verdad ya no contemplaba sus actos. Fue hacia la ventana, la nieve cubría todo lo visible. Cruzó la calle un perrillo, encogido, tiritando..., mirando al cielo como si de arriba pudiera venirle un zarpazo. Lo siguió hasta que desapareció de su vista. Volvió a la butaca y no pudo llorar.
    Llegaron Paco y Pestaña. Don Juan bajó de su cuarto; Paco le dijo que todo estaba arreglado. Therèse trajo una cubeta con agua y un trapo de fregar. La sangre de Catalina formaba un charco coagulado en el recibidor. Pestaña cogió del brazo a don Juan y le condujo hacia el despacho. “Esto es horrible, Saturnino, esto es horrible”. El secretario sacó un cigarro y se lo ofreció a don Juan, quien lo rechazó. Estuvieron un rato en silencio, hasta que Paco entró y dijo que iba a buscar a Juanito para ponerle en antecedentes. Don Juan murmuró un agradecimiento. Pestaña salió, le dejó solo. Sintió que todo se derrumbaba. Si se publicaba el suicidio, tendría que separarse de Dolores, no conseguiría jamás una embajada ni puesto alguno de importancia. En España le mirarían con la típica mezcla de ironía y asco que provocan los viejos verdes.
    Aquella noche utilizó el láudano que aún guardaba en su habitación. Con todo, no pudo evitar despertarse sobresaltado varias veces. En una de ellas, vio la última mirada de Catalina, resignada, decidida. ¡Ojalá fuera verdad lo que ella creía! ¡Ojalá se le apareciera su espíritu! Le diría que se quedaba en América, que renegaba de su patria y de sus hijos.
    El Evening Star, en la edición de tarde del mismo día del fallecimiento, traía a dos columnas: “Miss Katie Bayard stricken by heart disease”. Y en el texto: “Miss Katherine Bayard, la hija mayor del Secretario de Estado, fue encontrada muerta en su cama ayer a eso de las dos de la tarde. Un ataque al corazón, del que llevaba padeciendo hace años, fue la causa de su muerte”. El New York Times ofrecía idéntica versión. En The Constitution, de Atlanta, apareció una entrevista con el doctor Gardner; declaraba que cuando llegó a la casa “no encontró en ella la más débil indicación de actividad en el corazón”.
    A la mañana siguiente, Paco preguntó a Juanito, encerrado en el cuarto de baño, si le esperaban para ir a dar el pésame oficial a casa de Bayard. Juanito contestó que no estaba él para enterrar a nadie. Paco y Pestaña se dirigieron a Highland Terrace. En el recibidor, hicieron cola hasta llegar a una mesa sobre la que había un libro de firmas. Dejaron sus tarjetas con mensajes de condolencia. Al salir, unos colegas diplomáticos les dijeron que no habría funerales ni ninguna ceremonia religiosa en Washington. Los restos de Catalina viajarían a Wilmington en un vagón especial acompañados por Bayard, su hija Mabel y los hermanos varones. El funeral se iba a oficiar en la iglesia sueca; el entierro, en el pequeño cementerio que hay delante de ella.
    Durante los días que siguieron, don Juan intentaba despachar los asuntos de rutina, pero hasta firmar le costaba un mundo. Seguía recibiendo invitaciones, todos querían consolarle. Olga y Nicolai le visitaron varias veces; la jueza, con más frecuencia, pues le había encargado buscar a alguien que comprara sus muebles. A las dos semanas del entierro, murió la madre de Catalina de una congestión cerebral. La prensa decía que no pudo superar la muerte de su hija. Bayard abandonó el puesto por un tiempo y fue sustituido por el subsecretario.
    Un día se enteró de que la reclamación de la casa Larache marchaba por buen camino; pero, al ritmo que iban las cosas, los frutos los recogería el nuevo embajador, o sea, Muruaga, que ya había sido confirmado. Estuvo más de un mes sin escribir a su mujer. Sólo mandó una carta a su hermana Sofía.
    En la cama le roían las preguntas: ¿habría llegado tan lejos de no ser Catalina hija del Secretario de Estado?, ¿creyó en los primeros tiempos que esa relación podría favorecerle en sus asuntos? Desde que la conoció, supo que le iba a resultar fácil encandilarla porque su temperamento apasionado buscaba un ideal. Poco a poco le fue proporcionando motivos, miradas, sugerencias para forjar el ídolo. En más de una ocasión, pudo parar y no lo hizo. Los últimos momentos surgían sin poder evitarlo. ¿Por qué se llevó el revólver a la embajada? ¿Tenía la seguridad de que él rechazaría sus proyectos? ¿Desde cuándo? ¿Desde la noche de la recepción? ¿Vio Catalina la condena cuando al servirle el ponche se cruzaron sus miradas? ¿Por qué lo hizo dentro de la embajada? ¿Quiso decirle que si no quería cargar con ella, cargaría con su cadáver? ¿Fue un único y último acto de hostilidad o estaba tan hundida en el instante de dispararse que no pensó en las consecuencias para él?
    Una tarde sacó las cartas que le escribía desde Wilmington con la intención de quemarlas. Imposible volver a su casa con ellas. ¿Y por qué no? Era el único rastro que le quedaba de ella, a partir de sus letras formaría su cara, oiría su voz. Debía mantener vivo el recuerdo de quien le había amado sin hacer caso a las máscaras del tiempo.
    Se acostumbró a pasear durante el crepúsculo, cuando las farolas de las calles aún no estaban encendidas. Washington le parecía un gran parque en el que ha terminado la fiesta y vuelve la tristeza a los rincones en donde antes bullía la espuma de la vida. Esa tristeza no le molestaba, casi le hacía compañía. Por la noche, al regresar a la embajada, entraba en su despacho, un poco más vacío, las paredes más blancas, el ruido del reloj más hueco.

    A bordo del Aquitania, don Juan miraba las gaviotas, los remolcadores, la niebla... Juanito, detrás de él, dormitaba tumbado en una hamaca. Saldrían dentro de unos minutos. La sirena lanzó su última llamada. Los camareros del trasatlántico recorrían inquietos la cubierta buscando por todos los sitios, como si el capitán hubiera perdido algo. Don Juan saludó con el brazo a Paco y a don Saturnino que le despedían en el muelle. El barco comenzó a moverse. Se volvió hacia Juanito; aun sabiendo que no iba a oírle, le aconsejó:
− Abrígate, sobrino, que se ha levantado el frío.








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viernes, 3 de septiembre de 2010

35. A Bruselas


    El veintinueve de diciembre se dispuso a abrir la carta del nuevo ministro de Estado. Palpitaba con fuerza su corazón, le temblaba el pulso, un ligero sudor humedecía sus manos. Allí estaba: agradecimiento por los servicios prestados, natural recambio, necesidad de renovar los impulsos, y en compensación, un destino europeo: Bruselas. Dejaría de ser plenipotenciario, iría como embajador, el grado máximo de la carrera. Así que, en apariencia, un ascenso. De hecho, un castigo. “Bruselas, una pequeña ciudad en la que no pasa nada, que cuenta poco en la política mundial. Una legación allí tiene menos asuntos que un vulgar consulado en un país decente. Me duele, sobre todo, que me cesen los de mi propio partido. He cumplido mejor que los demás; no sólo por no robar, sino por haber evitado muchas vergüenzas. ¿A quién mandarán en mi lugar? Seguro que a un pillo. ¿Y Catalina? ¿Debo comunicarle yo mismo la noticia o esperar a que lo haga su padre? Bayard sabrá dar un tono profesional al suceso. Algo normal: un embajador cambia de destino. El cese se publicará dentro de unas dos semanas. ¿Para qué amargarle la Navidad, allí en Wilmington? Ya se enterará cuando vuelva”.
    Llamó a todos − menos a Juanito, que no se levantaba de la cama − y les dio la noticia. Pestaña quedó muy sorprendido, no esperaba un cese después del éxito en la cuestión filibustera.
    Don Juan subió a ver a su sobrino. A oscuras, entró en la habitación. Levantó las persianas y abrió las ventanas para ventilar la atmósfera irrespirable. Juanito dormitaba enroscado sobre la cama con la ropa de calle puesta.
− Despierta mozo, volvemos a España. Me han trasladado a Bruselas − trató de parecer contento, don Juan.
    Juanito no contestaba, seguía con los ojos cerrados. Don Juan se acercó y le cogió de un brazo.
− Despierta, vamos, despierta, hay que moverse.
    Juanito abrió los ojos. Miró a su tío con la incredulidad del que regresa de un viaje fantástico.
− Voy... − soltó con una voz delgadísima.
− Mira, me han trasladado...
    La carta, agitada por el embajador, revoloteaba sobre el yacente.
− Yo no quiero irme de aquí.
− Yo tampoco, pero eso no depende de nosotros. Tú tendrás que volver conmigo porque en tu lugar vendrá algún paniaguado, como ocurrió en tu caso. ¿Tienes medios propios para vivir en América? No, pues no le des más vueltas. Además, necesitas los caldos y los potajes de Sierrita para que la solitaria deje algo de ti.
− ¿Qué voy a hacer en España sin Victoria?
− Hay muchas mujeres en el mundo
− Tío, ¿por qué no le decimos que viaje con nosotros para que conozca la tierra de la puta de su madre? Yo la llevaría a Málaga, veríamos amanecer en Puerta Oscura, nos bañaríamos en las playas del Carmen, entraríamos en el Perchel y buscaríamos a sus parientes. Yo, cogido de su brazo.
− No pienses más en ella. No lleva a ningún sitio. Un hombre cuando pierde, se remanga, y a otra.
− Muerto, estoy muerto, más que Ignacio, que seguirá vivo en su memoria. Aunque paseemos por el Perchel, lo hará con el fantasma que ha matado a su novio.
− Tú no eres culpable de la muerte de Ignacio, sino él mismo y Pastorín. Además, ella no puede saber lo de los informes de Ausubel. Agramonte tampoco era un ángel, iba cargado de rifles para quitarnos la vida. No te tortures más. Levántate y sal a dar una vuelta.
    Le había extrañado que, desde la muerte de Ignacio, su sobrino no canturreara. En las situaciones críticas siempre agudizaba sus trinos, extendía sus variaciones. Eso le preocupó más que las incoherencias, o el semblante demacrado, o el pasarse el día tumbado sin hablar. Bajó las escaleras con la intención de escribir a su hermana poniéndola en antecedentes. No quería que se impresionara al verle.
    No hubo cena de nochevieja en la embajada: por el luto, y porque nadie tenía ganas de celebraciones. De noche, en la cama, don Juan no hacía más que darle vueltas a su situación. Habría sido el hombre más feliz de la tierra con una mujer que le hubiera querido y respetado un poco. ¿Por qué no romper con Dolores y casarse con Catalina? Sus hijos, al fin y al cabo, dentro de pocos años, se independizarían. ¿No se casan provectos senadores con jovencitas ricas o con artistas de vodevil? El mismo Cleveland, ¿no estaba prometido con una muchacha casi treinta años más joven que él? La alegría del brote en el tronco viejo. ¿No es eso un buen trago antes de la despedida? Su afecto y simpatía por Catalina eran hondos. ¿Y no es eso lo que perdura? ¿De qué le sirvió casarse con Dolores? He aquí una joven que le comprende, que vibra con su misma pasión, la literatura. Bella, suave, impulsiva. ¿Qué más quería? Y adiós para siempre a los apuros económicos. En los últimos años de su vida, si decidía seguir con Dolores, no hallaría ni la soledad completa para amar sus libros y filosofías, ni a alguien que bien lo quisiera. Sólo odio y desdén injusto. La amargura constante de recibir siete docenas de sofiones diarios y unos cuantos puntapiés en el trasero, tratándolo de viejo y de torpe. ¡Buena vejez iba a ser la suya! ¿Le faltaría valor? ¿Son estas revoluciones cosas de jóvenes? ¿Tendría él las fuerzas necesarias para rehacer una vida?


    El día catorce de enero, Cleveland ofreció en la Casa Blanca la primera comida oficial del nuevo año a su gabinete y al cuerpo diplomático. Don Juan sabía que Catalina había llegado de Wilmington el día anterior, acompañada de su hermana Florence, así que no se sorprendió cuando la vio entrar en el salón, del brazo del presidente, dirigiéndose a la mesa principal. Llevaba un traje entallado de tul rosa, el escote cubierto por un fino bordado transparente, una cinta de terciopelo al cuello cerrada con una margarita de brillantes. Nada en su cara delataba maquillaje, ni más intervenciones que el agua o el jabón. Sonreía con naturalidad y simpatía a todos. En la presidencia, ocupó el lugar a la derecha de Cleveland. Durante la comida buscó con la mirada a don Juan, hasta que pudo localizarle sentado junto a Nicolai en una de las mesas más alejadas. Don Juan le correspondió con una sonrisa de reconocimiento; pero, el matiz de preocupación y la brevedad del gesto, no los pudo captar ella a tal distancia. Al terminar, en la sala de té, Catalina se sentó en un sofá con Cleveland, que arrellanado, la escuchaba muy atento. Ella, con las manos apretadas sobre su regazo, mirando el perfil riguroso del primer magistrado, le decía: “Recuerde, presidente, lo considero una promesa”. “Bien, Kate, en ese caso, es la número veinte que hago hoy”. Después, Miss Cleveland cogió del brazo a Catalina y fueron de corro en corro. Pero el legado de España no aparecía.
    Don Juan, de vuelta en la embajada, se echó un rato de siesta. A las seis de la tarde, entró en el despacho; alguien había dejado sobre su mesa la edición vespertina del Washington Post. El titular: “Senor Valera to be transferred”. La noticia breve, debajo: “Un cablegrama de Madrid comunica que se da por seguro que el Sr. Valera, ministro español en Washington, será trasladado a Bruselas. Su sucesor no ha sido nombrado todavía”. Don Juan pensó que Catalina se enteraría al llegar a su casa. Estaba seguro de que Bayard, aunque Foster le hubiera hablado de las intenciones de Moret, no le había dicho nada a su hija durante las navidades. La sonrisa y la actitud que vio en ella durante la comida eran de la más absoluta tranquilidad.
    El viernes día quince, a las diez de la mañana, se presentaron en la embajada dos periodistas, uno del Washington Post, el otro del Evening Standard. Paco les recibió; luego, informó a don Juan de que solicitaban una entrevista. Éste salió al recibidor y les hizo pasar al despacho. Los dos tenían cara de cera, grasa de más, blocs de hule negro, y canotiers, que sólo se quitaron cuando estuvieron dentro y empezaron a preguntar.
− Todavía no he recibido confirmación oficial de mi cese. No sé nada del nombramiento del conde de Rascón o del Marqués de la Iglesia como sucesores míos. Yo seguiré actuando como ministro hasta que llegue el que haya de sustituirme – declaró don Juan.
− ¿Sabe dónde irá usted ahora?
− Es imposible para mí decirlo.
− ¿Siente pena de dejar Washington?
− Naturalmente, me produce mucha tristeza salir de aquí… sus gentes son tan hospitalarias, tan dispuestas a acoger a los extranjeros, tan contentas de hacerlos sentirse como en casa, que yo siempre pensaré en América con un gran afecto.

    Esa misma mañana, Bayard, durante el desayuno, le dijo a su hija que el Post anunciaba el traslado de Valera a Bruselas. Le mostró el periódico de la tarde anterior. Catalina, con los ojos perdidos, intentó taladrar las líneas de la noticia. Dejó de mover la cucharilla, miró ensimismada el pequeño torbellino del té moviéndose dentro de su taza.
− Tenía que ocurrir y ha ocurrido – dijo sin dirigirse a nadie, en voz muy baja.
    Bayard se levantó de la mesa, se acercó a ella y le dio un suave beso en la cabeza.
− Tu madre quiere que le hagas unos encargos para la recepción de esta noche.
    Terminado el desayuno, Catalina cogió el coche. Le pidió a Wilson que le diera un paseo sin rumbo. Luego, que la llevara al hotel Wormley. Allí, encargó dulces y canapés para la recepción. Tenía la nariz congestionada por el resfriado, le dolía la cabeza. Después, ordenó al cochero que se dirigiera a Anderson Cottage. Bajó del coche, paseó un poco; durante un rato estuvo sentada en su banco, debajo del gran sicomoro. Luego, fue al Departamento de Estado. En la antesala del despacho, apremió al secretario: necesitaba ver a su padre con urgencia. Bayard la hizo entrar de inmediato. Sin preámbulos, Catalina le dijo que se iba a Bruselas con don Juan, que su vida no tenía objeto sin su amor. A él no quería dejarle, pero debía entender que la madre había mejorado y podría hacerse cargo de la casa. Y si no, Florence, ya con veinte años. Bayard la miró en silencio.
− No quiero perderte, hija mía; la mejora de tu madre, según el doctor Gardner, es transitoria. Y sobre todo: ¿querrá Valera que le sigas a Bruselas?, ¿en qué condiciones?, ¿casándote con él o viviendo como amantes?
− Me da igual − contestó Catalina −. He pensado vivir en un hotel durante un tiempo, luego encontraremos algo. Necesito dinero.
− ¿Ahora mismo?
− Sí. Tengo intención de esperarle allí, ya instalada.
    Bayard le dijo que eso era una locura, que hablarían con más serenidad dentro de unos días, que mientras tanto no le contara nada a la madre.
    Catalina volvió a su casa y recogió todas sus joyas. El cochero la llevó a la tienda de antigüedades de Cohen. El anticuario judío le ofreció ochenta mil dólares por todas. Pensaba que le iba a doler más deshacerse de la margarita de brillantes. Después, le dijo a Wilson que se dirigiera a la avenida de Massachusetts. Llamó a la puerta de la embajada española y le abrió el criado Víctor. Don Juan no estaba en casa, había salido a dar un paseo.
    Catalina volvió a Highland Terrace. Ya no le dolía la cabeza. Entró a ver a su madre, le dijo que todo estaba dispuesto para la noche. Subió a su habitación, quería tranquilizarse. Se puso el camisón, respiró hondo, cruzó las piernas, unió las manos y recitó su mantra preferido. Intentó hacer la vela varias veces, pero fue incapaz de erguirse por completo. Por fin, logró permanecer vertical un instante; entonces, las lágrimas empezaron a caerle sobre la frente. Volvió a ponerse de pie y desistió. Fue a mirarse al espejo. Así no podía recibir a nadie. Faltaban pocas horas para que empezaran a llegar los invitados. Cuando apareciera don Juan, hablarían. Iba a ser difícil con todo el mundo alerta.
    A las nueve, ella y su padre se encontraban en la entrada estrechando las manos de los invitados. La madre, en la biblioteca, esperaba el saludo de los recién llegados. Como el frío helado entraba a bocanadas al abrir la puerta, Bayard le había prohibido a su esposa que estuviera a su lado en el recibidor. Catalina llevaba un vestido rojo oscuro, con escote pronunciado, sin mangas. Estaba un poco pálida y le brillaban los ojos, aunque nadie notó nada especial. El secretario de Marina le dijo: “¡Qué guapa estás esta noche, Kate!”. Ella le contestó: “Sí. Nunca me he sentido mejor”. Bayard observó lo ligera de ropa que iba su hija y le dijo que se abrigara. Catalina miró a su padre, le sonrió, y no le hizo caso. Bayard llamó a la doncella para que subiera por un chal. Cuando Sally se lo echó por los hombros, Catalina rió con satisfacción: “Ahora estoy mejor”.
    Al fin, llegó don Juan, acompañado por su sobrino. Lo había dudado mucho, pero era necesario afrontar la situación. Sabía que Catalina había ido a verle por la tarde. No asistir podía ser interpretado por ella como una huida. Le temía a las miradas de todos observándoles, a la presentación obligada a la madre, al alud de expresiones de lamento por su marcha que tendría que recibir... Bayard le estrechó la mano con franqueza; dijo que sentía mucho que los dejara: “Hemos colaborado de forma positiva en los asuntos de nuestros dos países”. Don Juan correspondió con una triste sonrisa: "Espero que, con mi sucesor, se entienda tan bien como conmigo". Juanito se inclinó para besar la mano de Catalina; desde aquella posición más baja, la observó con una insistencia un punto excesiva, que no duró mucho, porque, enseguida, don Juan inició su saludo tratando de decir algo de circunstancias. Catalina se adelantó: “Creo que el embajador estará contento. Hoy no tenemos sus amados terrapins”, refiriéndose a los galápagos con salsa picante que tanto odiaba don Juan. Luego, ella se volvió para saludar a la jueza Chivers, que, en una pausa de su tos inoportuna, le dio un abrazo jadeante.
    Durante la velada, Catalina estuvo siempre rodeada por invitados. Conversaba con todos, preguntaba a cada uno por sus familiares, por la situación de sus asuntos. Como de costumbre, atendía con concentración a las contestaciones de los demás. De reojo vigilaba dónde se encontraba don Juan. Su madre le había advertido que no se lo presentara, no quería conocer a ese hombre. Don Juan, acompañado por Sir Lionel y Nicolai, recibía continuas muestras de simpatía. La jueza Chivers no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas: “Debe usted hacerse yanki, le vamos a echar de menos”. Sólo en una ocasión coincidieron él y Catalina. Fue cuando don Juan se acercó a la mesa de las bebidas para tomar un vaso de ponche. Ella, que estaba al lado, cogió el cazo de plata y le sirvió. Se miraron un instante, ninguno vio claro en los ojos del otro. “Mañana iré a verte al mediodía”, le dijo Catalina.
    La reunión duró hasta la una. Cuando se fueron los invitados, todavía tuvo ella que atender a la madre y dirigir la recogida de todo. No se sentía cansada, no quería meterse en la cama. Pero pensó en la jornada que le esperaba mañana: además de la visita a don Juan, debía estar en la recepción que daba Miss Cleveland a las esposas de los nuevos senadores. Por fin decidió acostarse; le dijo a Sally que la llamara a las once.




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jueves, 2 de septiembre de 2010

34. ¿Quién te ha arrancado de mí?


    Don Juan volvía de estar con Catalina en casa de los rusos. Juanito le entregó el telegrama nada más entrar por la puerta de la embajada. Mientras subía a su habitación, lo abrió. Quedó parado en el rellano de la escalera, se agarró al pasamanos, miró desconcertado sin saber qué hacer. Pasaron unos segundos, y descendió con el rostro demudado.
− ¿Qué pasa, tito? − le preguntó Juanito.
    Don Juan no le oía. Sonámbulo, se dirigió hacia el despacho, parecía buscar un lugar para echarse, como un toro herido de muerte. Juanito fue detrás.
− ¿Qué pasa? Dímelo.
    Con voz temblorosa, casi inaudible, sin mirarle a la cara, don Juan exhaló:
− Mi hijo…, mi hijo… Carlos ha muerto.
    Juanito, durante un momento, no supo qué cara poner, ni qué decir. Por fin reaccionó. Al ver que su tío seguía de pie, inmóvil, como rodeado de trampas, fue hacia él y le cogió del brazo para sostenerlo.
− ¿De qué ha sido?
− Tifus…, llevaba una semana malo…
    Don Juan inició con lentitud el camino hacia el despacho; ya dentro, se derrumbó en el sillón del escritorio. Juanito fue detrás de él. Don Juan bajó la cabeza hasta el pecho, comenzó a moverla a un lado y a otro, negando, negando. Juanito se le acercó: “¡Qué desgracia, tito!, ¡qué desgracia!, ¡pobre Carlitos!”. Don Juan levantó la cabeza:
− Anda, déjame solo.
    Juanito salió del despacho murmurando: “¡pobre primo!”
    Don Juan empezó a llorar. Primero las gotas fluían mansas, luego, su cara se rompió en muecas y gemidos, brotando las lágrimas de manera atropellada, hasta humedecerle el bigote y metérsele por la boca. Seguía negando con la cabeza. "No puede ser. No, mi hijo no. De pronto, lejos, sin haberle visto. Yo aquí, él allí, muerto. Se ha muerto sin verme, sin tenerme junto a él". Se levantó de un brinco, quería un barco, anular los mares, estar en Madrid al lado de Carlos, verle por última vez. Volvió al escritorio, sacó una foto de hacía unos tres años. Aparecían sus tres hijos en una barca: Luis y Carmencita, pescando; Carlos, vestido de marinero en medio de sus dos hermanos, agarrado con elegancia al borde de aquel bote de pacotilla. Besó varias veces la imagen de su hijo. “Mi niño, mi niño bueno, ¿quién te ha arrancado de mí?”.Tuvo que guardar la fotografía porque la barca se había convertido en un ataúd y parecía que Carlos miraba a su padre antes de tumbarse en él para siempre.
    Se levantó, salió del despacho, quería refugiarse en su cuarto. En el recibidor, la cocinera, Paco y Juanito hablaban en voz baja. Cuando le vieron salir, fueron hacia él y le dieron el pésame. Don Juan, mudo, estrechó las manos que se le ofrecían. Luego, comenzó a subir las escaleras pesada y torpemente. Juanito, en un par de saltos, alcanzó a su tío.
− ¿Quieres un poco de láudano? – musitó el sobrino, para que no le oyeran abajo.
− Sí… − aceptó don Juan, después de dudar un poco.
    Ya en la puerta del dormitorio, recibió de su sobrino un frasco azul junto a una cucharilla reluciente.
− Tómate una nada más.
    Don Juan entró en la habitación; en lugar de desvestirse, se sentó en su butaquilla y empezó a mecerse. "No me puedo acostar, tengo que velarle. ¿Duerme ahora su madre? No quiero atontarme, ahora no, ahora tengo que estar junto a él… esta noche es suya. Mi primogénito, mi orgullo. Quiero revivirle. Vivo estaba cuando, muy chico, me interrumpía la escritura, pidiendo que le montara sobre mis piernas para garabatear en un papel. Yo le acariciaba pellizcándole debajo de la barbilla. Los desatinos de su media lengua, "cato−cato−catúa", el cuarto de la costura. Si tardaba en ir a comer, ahí lo tenía, firme y risueño, tirándome del brazo, hasta que me llevaba de la mano a sentarme a la mesa. ¡Cómo sufría en mis trifulcas con su madre! Después de las peleas, hallaba el momento para decirme con la mirada: “papá, te quiero, no te vayas a ir”. Y en la edad más turbia, ¡qué clara y despejada para él! Yo empeñándome en el álgebra, él deseando salir a montar en bicicleta: “Ya tienes un hijo sabio, déjame a mí ser normal”. Yo, de joven, un mueble; él, un junco ágil y fuerte, con mi misma cara y un corazón puro. Si me hubiera hecho caso su madre, ya llevaría tres meses aquí, en la habitación de Juanito, aprendiendo inglés, deslumbrando a Catalina con su forma de montar a caballo, derrotando a estos petimetres en el tenis. El blanco lirio convertido en hielo, yo un árbol viejo mutilado de mi mejor renuevo".
    Al final, el cansancio le permitió un sueño ligero sobre la butaca, interrumpido por despertares sobresaltados en los que sentía faltarle la respiración, como si cayera por un precipicio. Al clarear la mañana, tomó el láudano.
    Don Juan fue despertado por Juanito a las cinco de la tarde. Le costó bastante salir del sopor. Se vistió a duras penas y bajó a la cocina; Therèse le había preparado sopa y tortilla francesa. A las seis, mandó una tarjeta a Catalina. Media hora después, ella llamaba a la puerta de la embajada. Le abrió Paco, la hizo pasar al despacho. Cuando la vio, don Juan se levantó del sillón y quedó de pie, con las manos apoyadas en el escritorio, como un reo a la espera de sentencia. Catalina se acercó a él, pero don Juan no hizo ademán de moverse. Seguía aferrado a la mesa, como si temiera que al soltarla pudiera desplomarse. Ella le tomó del brazo, ayudándole a dejar el parapeto. Luego, le condujo hacia el centro de la habitación; le cogió las manos, se las besó...
− No sufras… Nada podemos hacer contra lo inevitable…
    Don Juan balbució un agradecimiento inaudible. Catalina le llevó hacia el sofá; se sentaron los dos en el borde, muy erguidos.
− Él ha muerto, yo no estaba allí…
− No se puede luchar contra el destino. Piensa en que tu hijo vive y que no es desdichado. Yo creo que su alma puede ser convocada, que renacerá.
− Yo sólo creo en la bondad de Dios y en su justicia, pero no la entiendo, no la entiendo... – pronunció “Dios” con ahuecada y solemne vibración, como si resonara en un retablo barroco.
− Los elegidos abandonan antes el ciclo de la vida – reflexionó Catalina.
− Eso no me consuela.
− Tendrá que pasar el tiempo.
− Camino lento y triste. Lo único sería creer en una vida mejor, pero mi fe y mi esperanza...
− ¿Qué edad tenía?
− Dieciséis años. Eso sí me consuela un poco, sólo el camino de ida, alegre, confiado, querido por todos…
    Don Juan le enseñó la fotografía. Catalina la miró tratando de aparentar serenidad, buscando en el rostro de los niños la huella del padre.
− Te quedan dos hijos, piensa en ellos.
− Ahora sólo puedo pensar en Carlos.
    La voz de Catalina iba perdiendo energía por momentos. Cada vez le costaba más esfuerzo articular las palabras. La losa de pena que sentía sobre don Juan comenzaba a afectarle a ella también. Lo tenía cogido de la mano, mirándole con dulce seriedad. Por primera vez, los cimientos se habían movido, las raíces habían hecho temblar el árbol, y no había sido por ella. Don Juan la miraba con ternura, le agradecía el consuelo, pero su energía estaba en otra parte. Catalina sintió frío, como si una nube le impidiera recibir el calor constante del astro. Don Juan continuó desahogándose, sus palabras le llegaban a ella lejanas, dispersas: “el bozo que le apuntaba, los ojos tan hermosos y dulces, los pajarillos, la escopeta…”
    En los días que siguieron, se levantaba tarde, firmaba lo indispensable, comía en su habitación y escribía cartas para contestar a los pésames. La que recibió de su mujer le afectó mucho. Sintió por ella verdadera pena. Allí sola, una semana, noche tras noche, viendo cómo su hijo se iba poco a poco, sin el doctor Benavente, muerto hacía un mes, en quien tenía confianza plena, llamando a cinco médicos distintos, las miradas de miedo de Carlitos, el funeral, todo sobre sus espaldas. Y sin embargo, ahora, ni un reproche ¡Quién iba a decir que Dolores pudiera escribirle una carta así! Imposible parecía que la persona que escribió esa carta, llena de sencillez, discreción y verdadero dolor, fuera la misma que tanto y tanto le había molido, con una persistencia feroz, sin motivo razonable, sin visos siquiera de motivo, y durante catorce años. La naturaleza del corazón humano es un extraño enigma.
    Catalina le visitaba por las tardes y trataba de distraerle. Un día le llevó una edición de La Celestina publicada en Boston en 1789 ; otro, una bufanda de lana blanca para el abrigo de gala. Se aproximaba la Navidad. Catalina había emprendido una actividad frenética, tenía que comprar los regalos para sus hermanos. Don Juan la veía entrar con los ojos brillantes y el gorro de piel cubierto de copos de nieve. Se quitaba el abrigo, iba a la chimenea, se ponía de espaldas para calentarse las manos... Después, se acercaba a don Juan y le besaba en la frente.
    La víspera de nochebuena, fueron a un comedor reservado del hotel Wormley dispuestos a celebrarla por anticipado. Catalina dijo que su madre estaba mejor, que, si seguía así, pensaba incorporarse a la vida social después de Año Nuevo. Eso acabaría con sus encuentros, pero siempre quedaba la embajada. Después de los brindis, Catalina se levantó, fue hacia el perchero y sacó de su abrigo un pequeño paquete. Don Juan lo abrió; era un libro encuadernado en piel. En el lomo, con letras doradas, figuraba el título: “Cuentos y Diálogos”.
− Aquí tienes el fruto de nuestra colaboración, ¿te gusta?
    Don Juan lo hojeó; pudo comprobar de un vistazo que la impresión, los tipos de letra, el papel, eran excelentes.
− Un ejemplar único, editado a petición mía por Roderich.
    Don Juan leyó la dedicatoria: “Cuando me muera, se te aparecerá un espíritu que dirá: Yo soy el alma de una muchacha que murió de curiosidad”.
− ¿Curiosidad?
− Sí, no sé lo que estás pensando...
− ¿No me notas en la cara que paso una velada con una mujer encantadora?
− Las caras nos fueron dadas para ocultar nuestros sentimientos, según Talleyrand.
− Para el oficio de diplomático, no es mala táctica, aunque sólo en el trabajo, y ahora no estoy trabajando.
    Cuando salieron al exterior, la nieve cubría la manta del caballo; el cochero tardó un poco en salir de su refugio. Ya dentro del landó, Catalina cogió las manos de don Juan y comenzó a frotarlas, a echarles aliento, mientras se apretaba contra él.

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

33. Duelos


    Pestaña entró en el despacho, llevaba en la mano el telegrama de Quirós. Don Juan supo al verle, pálido, un poco rejuvenecido, que traía buenas noticias: "Han detenido a los filibusteros. Agramonte ha muerto". Don Saturnino continuaba hablándole, pero él no le oía. Un éxito de su gestión, sin duda. ¿Quién sino él había comprometido a Bayard?, ¿quién, sino su sobrino, había captado la información del Crawford?, ¿quién había telegrafiado al Capitán General? En fin, Agramonte le apenaba. Un hombre noble y puro, movido por ideales, un poeta cuya pérdida, también desde el lado literario, habría que lamentar.
    Don Juan entró en las oficinas blandiendo el telegrama. Eran las doce del mediodía, la luz atacaba violenta los papeles y los tinteros. Juanito fumaba un cigarro. Paco hojeaba los periódicos.
    Don Juan miró a su sobrino al fondo de los ojos y le pasó el telegrama.
− Escaparon de vosotros y de los americanos, pero no de don Ignacio María. Te felicito.
    “Agramonte probablemente muerto...”. Juanito se levantó del sillón; miró a su tío con la boca abierta, como si no le conociera. Balbució un gruñido y salió de la oficina. Paco le dijo a don Juan que le entristecía la muerte de Ignacio.
    Pestaña entró con el último periódico. Nada nuevo, salvo el nombre de la corbeta española que había cañoneado al Crawford.
− ¡Nuestro amigo Pastorín...! − exclamó don Saturnino, mientras le entregaba el diario a don Juan.
    Paco fue a buscar a Juanito. No había nadie en el cuarto de baño. La puerta de la embajada estaba abierta. Salió corriendo a la calle. No le veía por ninguna parte. Después de dar una y mil vueltas por calles y avenidas, sin esperanza ya de encontrarle, decidió regresar pasando por la embajada británica. Frente a ésta, halló a su amigo tendido en un banco de la calle. Cuando Juanito vio venir a Paco, se incorporó y trató de levantarse con intención de huir. Como no podía, volvió a tenderse.
− ¿Qué haces aquí? − preguntó Paco.
− Viendo el espectáculo − contestó Juanito.
− ¿Qué espectáculo?
− Mi solitaria luchando contra las culebras que salen de aquella ventana. Yo sabía que el cubano había muerto antes del telegrama. Ésta me lo dijo, la sentí enroscarse de felicidad mientras me mordía las entrañas.
− Déjate de tonterías y quítate de ahí.
Juanito olía a alcohol, tenía la mirada roja. Se levantó del banco, caminó con paso vivo hasta situarse bajo la ventana de Victoria. Alzaba cada vez más la voz.
− Y ahora escucha, amada viuda, la serenata solitaria. Yo, gusano que habito en éste, te pido que abras la ventana y me mires sin desprecio...
    Aquí acabó el discurso inteligible; continuó con quejidos, silbidos y carcajadas.
Paco tiró de él con firmeza. Las luces del porche se encendieron. El mayordomo asomó, serio, la perilla. Juanito se aflojó, Paco tuvo que sostenerle. Con la cabeza gacha, dando bandazos, apoyado en los hombros de su amigo, farfullaba: “Voy a quedarme aquí hasta que me lleve el mar”. A fuerza de paciencia, Paco consiguió retirarlo.

     Ese mismo día, por la tarde, Victoria estaba en el porche mirando anochecer. Se acercó a los caballos del landó y les acarició las crines. Entonces, vio los titulares del Sun que leía el cochero: “Cuban ship...”. No terminó de leerlos. No quiso seguir. Ya adivinaba lo que se escondía detrás de aquellas letras. Entró en la embajada y se dirigió hacia el despacho de su padre. Las ediciones de la tarde reposaban sobre una mesa pulcramente alineadas. Victoria cogió el periódico. No podía leer, sólo buscaba unas palabras. Recorría una línea: “encuentro a cañonazos....”, otra, “héroes armados sólo por su valor...”, hasta que en una de las últimas: "Agramonte muerto". Soltó el periódico encima de la mesa; salió corriendo escaleras arriba, entró en el cuarto de la doncella y la abrazó sollozando. Se vio a sí misma colgada de una percha, inmóvil para siempre, incapaz de que nadie la bajara de allí.
     En los días que siguieron, pasaba en la habitación la mayor parte del tiempo. A la hora de comer, aparentaba masticar para que sir Lionel no le preguntara, intentaba no derrumbarse en su presencia. Después del almuerzo, iba al dormitorio y se echaba en la cama. A ratos dormitaba; de pronto se erguía, andaba hacia la ventana, rompía a llorar y volvía a echarse. Con la melena se tapaba la cara; a veces, todo el cuerpo. La doncella, al entrar en el cuarto, sólo veía sobre el lecho un amplio manto de pelo, como un edredón negro.

     El World lanzaba llamaradas en primera página acusando a España del asesinato del "noble poeta y patriota Ignacio Agramonte". Don Juan recibió un anónimo: “Un amigo le advierte de que cierto periódico publicará con todo detalle su "love affaire" si no retira dentro de tres días la denuncia contra Patria”. La carta venía escrita con letras góticas, en caro papel satinado. Don Juan pensó en Herlizer. Si se publicara su relación con Catalina, quedaría en una situación insostenible ante Cánovas, ante Bayard y no digamos ante su mujer. ¿Pero, si retiraba la denuncia, cómo explicarle a su gente la decisión? Después de dudarlo mucho, y pensando que por lo general los anónimos sólo pretenden amedrentar, decidió no hacer caso.
     A los pocos días, un telegrama del ministerio comunicaba la muerte del rey Alfonso XII. Don Juan sintió un encogimiento inmediato en el pecho. El rey siempre le pareció un buen muchacho, las veces que había hablado con él se había mostrado considerado y cariñoso. Temió intentos carlistas, republicanos, militares..., los cuervos aprovecharían la oportunidad. Confiaba en Cánovas, en Sagasta, pero podía pasar cualquier cosa.
     Organizó un funeral en la iglesia de Saint Matthew al que asistieron el presidente, senadores, congresistas y todo el cuerpo diplomático. Catalina acompañaba a su padre. Victoria se sentaba al lado de Sir Lionel. Era la primera vez que salía desde la muerte de Ignacio. Ahora las casullas moradas, el olor del incienso, el Dies Irae, eran para su rey. Terminado el oficio de difuntos, los asistentes se despidieron del embajador. Pasó Cleveland, se detuvo ante don Juan haciendo una ligera reverencia. Luego Bayard, Sir Lionel, Nicolai, un desfile de uniformes y caras adustas. Juanito, desde los bancos laterales, casi escondido detrás del pilar de la nave central, acechaba la salida de Victoria; pero ésta, cogida del brazo de Catalina, tomó por una de las naves laterales. Juanito se apresuró hacia la puerta. Como todo el mundo iba muy despacio, la tuvo un instante al alcance de sus ojos. Ella le reconoció, pero no hizo gesto alguno; miró indiferente hacia un punto lejano y siguió hasta el coche de sir Lionel.
     Juanito esperó a su tío. Cuando don Juan le vio, estaba tan pálido, tenía tal expresión de duelo, que parecía el único que allí sufría de verdad. Dentro del coche, empezó a canturrear por lo bajo y no paró hasta que llegaron a la embajada.
     En los días que siguieron, tío y sobrino cayeron enfermos. Paco y don Saturnino, al llegar a la oficina, preguntaban a Therèse por los pacientes. La cocinera llevaba tres noches durmiendo en la embajada a petición de don Juan. El sobrino no se levantaba de la cama, no quería ver a nadie. Paco, un día intentó entrar en la habitación, pero la encontró cerrada por dentro. Juanito le dijo con voz lastimera: “No te preocupes, estoy cansado, es la solitaria”, terminando con un suspiro que habría conmovido a las piedras.
     Era la primera vez, desde que estaba en Washington, que la malaria atacaba a don Juan. Había cogido las fiebres en Brasil, muchos años antes, y en los últimos tiempos raras veces recaía. Pero ahora la calentura duraba demasiadas horas y le llevaba a un estado de exaltación casi delirante. Conocía los mareos, el gran disgusto de estómago, los escalofríos, el dolor de cabeza... Sin embargo, en esta ocasión, la quinina no podía evitar que la fiebre le subiera a más de cuarenta.
     Las dos noches peores las pasó Catalina sentada en una butaca al lado de la cama de don Juan, secándole el sudor, diciéndole con cariño “estoy aquí”, cuando, en los momentos de tregua del inquieto desvarío, él miraba angustiado alrededor por si estaba solo. Catalina llamó al doctor Gardner, el médico de la familia. Lo primero que hizo fue prohibirle que atendiera al paciente. Luego, propuso un tratamiento homeopático y a los tres días el enfermo mejoró de forma notable. La última noche que el doctor estuvo en la embajada para ver a don Juan, éste le preguntó si Catalina podía visitarle de nuevo.
− Ahora sí. Pero no debe cansarse − dijo Gardner −, y en ningún caso estar dos noches sin dormir, con tensión. Su corazón está débil. Ha heredado de la madre esa insuficiencia. Ella se niega a admitirlo, cree que como todavía no ha tenido aviso alguno, puede seguir una vida normal. Los paseos, los caballos, no hacen daño a nadie; las emociones son lo peor. Usted sabe también que algunas veces padece postraciones nerviosas…
     Don Juan no pudo sostener la mirada de aquel hombre apuesto y bien vestido, pues se la dirigía con un brillo de advertencia que podría interpretarse como: “parece mentira que una persona de su edad esté en amoríos con una joven enferma y sensible a la que pone en grave riesgo”.

     Una vez incorporado al trabajo, Pestaña le informó de que Cánovas había cedido el poder a Sagasta y de que éste había nombrado ministro de Estado a Segismundo Moret. En principio, no le preocupó, pues, aunque nunca le sería tan favorable como Elduayen, Moret no tenía nada contra él y, las pocas veces que se habían visto, lo había tratado afablemente. Era un presumido y un sabelotodo, tenía una oratoria cargada de fullería, pero ¿qué político no andaba más o menos lo mismo?
     Luego, Pestaña le dijo que el juez ante el que solicitaron el cierre de “Patria” no había admitido la denuncia, considerando que "la libertad de prensa en los Estados Unidos es algo sagrado y que ese diario defiende los mismos principios que el pueblo americano". Al terminar de exponer las novedades, don Saturnino carraspeó, pasó la mano por su calva y cogió un periódico que había sobre la silla. Con el brazo encogido, se lo entregó a don Juan.
− Lea la sección “High Society”.
     Pestaña salió de la habitación y dejó solo a don Juan.
     Era una vez más el World. Aparecían unas preguntas planteadas como adivinanzas. La tercera decía: “¿Qué diplomático extranjero, casado y con hijos, mantiene un "love affaire" con una "belle" washingtoniana?” Así pues, a pesar de que Herlizer había ganado, de que el periódico cubano no se había cerrado, todavía insistía en hacer daño. Bueno, eran dos líneas, no figuraban los nombres ni los detalles ni el escándalo, sólo un acertijo que resolverían los que de todas formas ya lo sabían. Lo mejor, no darse por aludido.
    La noche siguiente, en casa de la duquesa de Bonaparte, don Juan salió a la terraza con Catalina. Ella se acercó y trató de besarle. Don Juan apartó la boca.
− ¿No ves que todavía tengo pupas?
− Me da lo mismo – y levantándose un poco, le dio un rápido beso en cada uno de los ojos.
− El doctor Gardner me ha dicho que no debes contagiarte, ni abusar de las emociones.
     La cara de Catalina quedó ensombrecida por un instante. Pero luego otra vez la luz volvió a su mirada.
− ¿Qué más te ha dicho?
− Que no tienes muy bien lo que yo más quiero de ti. ¿Por qué no me lo has contado?
− No quiero que me tengas pena… ¿Que lo he heredado de mi madre? Estupendo, ella ha dado a luz a nueve hijos y tiene cincuenta años. Estoy decidida a vivir con intensidad lo que me quede de vida…− Catalina se acercó, le miró a los ojos y con voz serena continuó:
− Una hora de vida gloriosa vale más que una vida de horas tediosas…
− Eso dicen los románticos, pero estamos a final de siglo.
− No te preocupes por mí, tengo unos buenos años para vivir.
− ¿Has leído lo que ponía el World de nosotros? − preguntó don Juan.
− No. Me lo ha resumido Olga. ¿Qué nos importa lo que piense la gente? ¿Nos consuelan cuando sufrimos? ¿Están allí cuando extendemos la mano buscando que nos rescaten?
− Pero a tu padre…
− Mi padre quiere sobre todas las cosas que yo no sufra. Y aunque sé que le cuesta trabajo comprenderme, hace todo lo posible.
− Así me gusta verte – aseguró don Juan con voz contenta.
− ¿Ves?, ahora tengo el sentimiento vivo de que me quieres, y soy fuerte y feliz, venga lo que venga… Pero cuando sospecho que estás cansado de tu vida aquí, que echas de menos a tus hijos, tus libros, tu tierra, mi razón me ordena querer que te vayas a donde más te guste, que no te haga sentirte en el más mínimo grado atado por mí. No puedo imaginar amar a una persona y no desear que se sienta libre. Entonces, una mano fría agarra mi corazón. Intento decirme a mí misma: “Soy fuerte, soy muy fuerte” y, después de todo, será lo que tenga que ser. Si he de ser infeliz, lo seré; hay un fin para eso también.
− No debemos preocuparnos... Al fin y al cabo, Sagasta es liberal.


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