miércoles, 21 de julio de 2010

Vindicación de la piratería


Dedico este post a Rogelio Blanco y a Jack Sparrow

     Cuando España toda y el ámbito de la lengua a ambas márgenes del Atlántico se aprestaba a la celebración acartonada, que se les reserva a los clásicos, del IV Centenario del Quijote, José Antonio Millán y yo preparábamos, para la difunta editorial Poliedro, una insolente edición de lujo del Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda. Entre las personas que entendieron esta broma erudita se contó Manuel Seco, que a su publicación nos envió sendos tarjetones de ánimo, escritos con su letra mínima, que se asemeja a hormigas pensantes.

     Porque, guste o no, los Quijotes son tres y, sin el de Avellaneda, la segunda parte del de Cervantes no habría sido lo que es. En el prólogo a esta edición (hoy ni siquiera presente en la base de datos del ISBN español), Millán intentaba "ser la voz de un lector de Cervantes y de otros autores del Siglo de Oro que propone al lector actual algunas vías de acceso a una obra que está en el centro de un complejo mundo de tensiones históricas y literarias". De algunas de estas tensiones, en cuyo eje está el oficio de la imprenta, y de sus metástasis digitales trata este post.

     Las palabras "pirata" y "piratería", en el sentido en que las usa hoy alguien como Rogelio Blanco, son anglicismos, muy a pesar de sus insospechables antecedentes indoeuropeos, que nos son comunes. El primer idioma europeo en que surge la palabra "pirata" aplicada al supuesto robo de las producciones del ingenio es el inglés. El neologismo aparece por primera vez de la mano del poeta John Donne, en la construcción "wit-pyrat", en 1611. Donne, sin embargo, acuñó la expresión con un sentido todavía clásico, sin referencias a las prácticas comerciales sino al plagio personal. Esas obras tenidas por espurias estaban, gracias al éxito de la imprenta, en condiciones de reproducirse y distribuirse, erosionando así en parte la autoridad del autor primero, autoridad que es también una consecuencia secundaria de la imprenta.Tendría que pasar buena parte del siglo para que esta feliz ocurrencia de Donne se independizara de su primer componente (wit/ingenio) y se transforma en uno de los pilares de la doctrina anglosajona del copyright. Será la generación de Daniel Defoe, y con especial recurrencia en este autor empresario de sí mismo, siempre endeudado y perseguido por sus bancarrotas, la que imponga los términos "pirata" y "piratería" para denunciar prácticas comerciales que ya no solo erosionaban la autoridad sino, y especialmente, el patrimonio eventual del autor y su editor. No olvidemos que Defoe solía pagar sus cuantiosas deudas con escritura. Con excelente escritura, además. 

     El desarrollo que estas nuevas prácticas tecnológicas tuvieron en nuestra tradición castellana no fue por los cauces del derecho. Tres años después de que Donne se quejara de los imitadores con el neologismo wit-pyrat, un autor español a quien seguramente Cervantes conocía, decidió apropiarse de un personaje bastante popular, Don Quijote, y escribir una obra que hoy encasillaríamos en el género del fan-fiction, el Quijote apócrifo, y burlar las buenas costumbres establecidas por las cofradías de impresores y libreros dotando a su obra de un falso pie de imprenta, para que fuera imposible rastrear sus orígenes. La singularidad específica de nuestra lengua en el trato con las tensiones desatadas por el nuevo medio, el libro impreso, resultó en la primera novela moderna, porque el Quijote merece su condición de monumento, entre otras cosas, a que todo su imaginario está organizado como una aguda reflexión sobre la galaxia Gutenberg, la nueva tecnología que exigía nuevos modos de creación.

     Posiblemente nadie como Cervantes haya entendido, en su época, el profundo cambio que la popularización de la imprenta implicaba para la creación literaria. El primer Quijote, el de la primera parte, es un personaje enajenado por la lectura "literal" de la letra impresa. El segundo Quijote, agraviado por ser sujeto de proezas que nunca realizó, organiza su tercera salida con el clarísimo objetivo de llegar a la imprenta de Barcelona donde se habría puesto en letras de molde su falsa biografía. Y en esta respuesta a la ingeniosa "piratería" de Avellaneda, se escribe la novela sobre la cual se fundará toda la producción literaria europea de la modernidad.

     En una conferencia interna para los desarrollores de Google, que tuvo lugar la pasada primavera boreal, Vint Cerf sacó el tema del copyright, uno de los dolores de cabeza mayores del proyecto Google Editions. Está disponible en YouTube y se puede acceder a ella por el enlace anterior. Recomiendo dedicarle los 80 minutos de atención que exige conocerla en su totalidad, pero aquí solo subrayo lo siguiente: Cerf destacó que toda la doctrina del copyright se basaba en unos objetos físicos y estáticos, reproducidos en un lugar específico. En resumen, que el copyright protege objetos del mundo analógico y que frente a esta nueva Xerox planetaria que es Internet hay que pensar en nuevos conceptos para la protección de las creaciones del ingenio. Que de nada vale trasladar conceptos del siglo XVII a una realidad que no se le parece en nada y que, para colmo, está en permanente construcción. Agrego que, además, la obra literaria que dé cuenta de ella, el Quijote de nuestro tiempo, todavía no ha aparecido, aunque creo que está haciendo sus pinitos en experiencias como las de SecondLife o FarmVille.

     Hay un libro, Piracy. The Intellectual Property Wars from Gutenberg to Gates, de Adrian Johns, publicado por University of Chicago Press, disponible en su edición de papel y en versión para Kindle, del cual se pueden consultar varios capítulos en Google Books, que resulta de imprescindible lectura para encarar este tema acuciante de la industria editorial con conocimiento de causa. Entre otras cosas, allí aprendemos que los derechos de propiedad de los autores nacen de una revuelta contra la doctrina del copyright, que solo beneficiaba a una editores convertidos en oligarquía alrededor de sus gremios. Y también nos informa del enorme valor económico de la piratería en los momentos de cambio de paradigma. Valor económico de progreso, no de hurto. Para algunos de estos conceptos de Adrian Johns en español, lo mejor es ir al blog del Partido Pirata Argentino, donde se han tomado el trabajo de traducirlos.

     Otro libro de capital importancia sobre el tema ha aparecido en estos días de la mano de Alejandro Katz y su editorial. Se trata Crímenes de la razón, del premio Nobel de Física Robert B. Laughlin, algunos de cuyos criterios se pueden leer en Queequeg, mi otro blog, en el post "La propiedad intelectual de las mentes peligrosas". Y, por coincidencias del destino o de profundas coincidencias de intereses intelectuales, recomiendo también el post que publica Libros y bitios sobre el tema, bajo el título "Junto al volcán"

Entrada publicada por Julieta Lionetti en Libros en la nube

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1 comentario:

  1. Os invito a leer este post, parte de una serie en la que doy mi opinión sobre la evolución del negocio editorial:

    http://observadorsubjetivo.blogspot.com/2010/07/escritores-dando-conciertos.html

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