lunes, 12 de julio de 2010

Y lloró Jesús

 
   
     No sé nada de Mike Cane, excepto que vive en Satan Island, NY. Esto es lo que declara en su perfil de Twitter. También sé que abandona sus blogs periódicamente y abre otros nuevos, que muchas veces vuelve a abandonar. Que sus blogs abandonados son deshechos de la red que algunos seguimos visitando y escarbando en busca de inspiración. Y que escribe como los ángeles caídos.     Mike y yo apenas hemos tenido algún que otro intercambio epistolar. Él sostiene que los ebooks bobos deben morir. Yo, en cambio, sostengo que los ebooks no pueden morir pues no existen. Pero sus ebooks bobos y mis ebooks inexistentes son una y la misma cosa. Los ebooks bobos de Mike Cane bien podrían ser ebooks mudos. Y de lo que no existe ya sabemos que calla.

     En posts anteriores, y tan temprano como en 2002, he sostenido la importancia de los metadata para que todo lo contenido en los libros (el 85 % del saber archivado por el hombre, contra el 15 % que hoy encontramos en la Red) sobreviva. Y he dicho una y otra vez que es la sociedad de redes la que le está exigiendo a la palabra volverse líquida para entrar en los flujos de una economía global construida en base a metadata. No es la palabra la que se niega a esta transformación, sino quienes la detentan. Lo hacen a través de estrategias que llevan el nombre de plataformas propietarias, sean los app-books del censor Steve Jobs o las torpezas encaradas por Libranda. Lo que obtienen como resultado son productos risibles, libros mudos, imitaciones de la página bidimensional o, peor aun, de los fracasados CD-Rom de los años 90. Y después dan entrevistas a la prensa en las cuales se ríen de lo que ellos mismos construyen.

     Este post será largo, porque reproduciré aquí las 81 etiquetas que Mike Cane ideó como punto de partida para que los ebooks dejen de ser bobos, mudos, inexistentes. Las 81 etiquetas que salven a los libros de los editores. Quien llegue al final de la lista sin perder la fe, puede considerarse un editor del futuro.

     Lo que Mike describe a continuación es una oración de tres palabras:

     Y lloró Jesús.

     Estas tres palabras contienen más información de la que la mayoría de la gente (y de los editores) imaginarían. Y es ésa la información que debe ser extraída: la información oculta que constituye el basamento de lo que ha de ser un ebook. Lo que la sociedad de redes le exigirá que sea. Ni Mike Cane ni yo somos especialistas en markup y lo que se propone aquí es un boceto de los fundamentos.

     Y lloró Jesús.

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     Si esta es la información que necesitamos proporcionarle a las máquinas para que aprendan a leer tres palabras, ¿cuántas harían falta para que pudieran leer un párrafo entero?

     Los que abandonaron la lista de etiquetas cuando llegaron a la caracterización de la galaxia no pasarán la prueba para ser los editores del futuro, porque no han entendido que el etiquetado también puede servir para un libro de astronomía. Ni tampoco han entendido que si el personaje fuera el etiquetado también serviría para catalogar un libro de ciencia ficción.

     Toda esta información oculta que se vuelve explícita es la que transforma un ebook inexistente en un ebook. De objeto digital bobo a objeto inteligente. Pero es más, también es posible, a partir del etiquetado, relacionarlo con otros objetos similares de formas que hoy no son posibles y, además, los convierte en objetos "buscables" (y hallables) en la infinita Red. Un etiquetado de esta naturaleza permitiría al lector hacer búsquedas como éstas:

Todos los libros de suspense ambientados en Los Ángeles en 1945.


Todos los libros de ficción ambientados en Marte en cualquier año, publicados entre 1940 y 1960.


Todos los libros con el Cid Campeador como personaje ficticio.


Todos los primeros párrafos de todos los libros publicados en el mes de mayo de 2009.

     Y un largo etcétera.

     Hoy, como lo demuestra la entrevista con 4 editores mitológicos (y no tanto) que se cita más arriba, la jerarquía de la edición termina, justamente, en el editor. No más tarde que hoy, la editora de Barataria, durante el Seminario de ARCE sobre la edición cultural y su salud (o falta de salud) en España, se erigía en el pináculo de esa estructura jerárquica: "El editor no puede delegar nada", decía, relacionado con el alma y la misión de la editorial. Pero si los libros han de sobrevivir, serán estos metadata sus billetes de entrada a la vida de la información que se guarda en las bases de datos. Y esos metadata no los manejan los editores; los manejan los geeks. Serán los geeks quienes establezcan los estándares que permitan a la palabra entrar en la sociedad de redes y no quedar rezagada en la inmovilidad arquitectónica de la página impresa o, lo que es peor, en la inmovilidad del travestismo digital de Libranda.

     La creación de estos metadata es costosa, implica mucho trabajo y mucho tiempo. Pero también es verdad que su valor se acrecienta con el tiempo. Más aun, se acrecienta con el acrecentamiento de la información así vertida. No como sucede ahora, que los demasiados libros le han quitado valor cultural, intelectual y de mercado a los mismos libros. Los metadata serán un negocio de muchos miles de millones de dólares. Y, por lo que vemos, no será un negocio de estos editores.

     Y del lado del lector, el libro así digitalizado pasa a tener un valor que no el cero que hoy le atribuyen tanto los escépticos de la Red como los iluminados de la tecnología. Porque ese libro también será un billete, un billete valiosísimo al saber que nos hace humanos.

     ¿Y han pensado quién sabe hacer que la información haga cosas, que hable, que no sea muda? Sí, ellos. Todavía nadie ha hablado en serio de Google Editions.

Entrada publicada por Julieta Lionetti en Libros en la nube

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3 comentarios:

  1. Excelente post.

    Puede calibrarse la complejidad de etiquetar un texto cuando este listado de datos que se muestra correspondería como mucho a un nivel 1.5 del post anterior de lingüística computacional que trataba sobre etiquetado. Para un nivel 3, sería increiblemente complicado. De ahí, que la web semántica sea aún lejana (otra cosa es lo que la publicidad llama web semántica).
    Saludos

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  2. Gracias, Félix, por leerme.

    La web semántica está lejos y para esas honduras estás tú. ;-)

    Me pregunto si, mientras tanto, los editores no harían bien en empezar a entender de qué van los metadatos y a incorporarlos a lo que ellos llaman "libros electrónicos" o "ebooks". Porque, con todos esos objetos digitales indocumentados que están lanzando por ahí, lo que conseguirán es un buen cementerio para cualquier título que no forme parte del best-sellerdom y de la lógica actual de la distribución física.

    ¿Qué te parece si organizamos algo para dar un cursillo sobre tecnologías de la memoria?

    Y además, le darían trabajo a unos cuantos lingüistas y a otros tantos filólogos a quienes solo creen buenos para hacer correcciones tipográficas. En fin.

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  3. Muy buena entrada!

    Ahora, no soy un experto, pero ¿alguien se ha planteado procesos de taggeado distribuido, social? Estoy pensando, por ejemplo, en los marcadores en delicious o los videos etiquetados en youtube, que se pueden encontrar y llevar a búsquedas relacionadas a pesar del inmenso volumen de material audiovisual. Ya sabéis, de las "taxonomías" (fijas, racionales, objetivas) a las "folksonomías" (colectivas, dinámicas, intersubjetivas)...

    Seguramente este tipo de procesos corre el riesgo de convertirse en fenómenos mucho menos lucrativos, al menos si no se orienta con una vocación "2.0" (participación controlada) que a la vez la haría mucho menos rica. Sin embargo, creo que si los metadatos fueran introducidos por multitudes vibrantes en lugar de por élites profesionales, las posibilidades de evocación y de hallazgos insospechados serían mayores... al fin y al cabo estamos hablando de literatura, no de una tabla periódica de elementos o de manuales de instrucciones de electrodomésticos.

    Ya veremos hacia dónde evoluciona la "web semántica"...

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